18 de septiembre

Escucha La Palabra de Dios para cada día

 

Primera Lectura

Lectura de la Primera Carta del apóstol san Pablo a Timoteo 2, 1-8

Querido hermano: Te ruego, lo primero de todo, que hagan oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que ocupan cargos, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro. Eso es bueno y grato ante los ojos de nuestro Salvador, Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Pues Dios es uno, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos: este es el testimonio en el tiempo apropiado: para Él estoy puesto como anunciador y apóstol –digo la verdad, no miento–, maestro de los gentiles en fe y verdad. Quiero que sean los hombres los que recen en cualquier lugar, alzando las manos limpias de ira y divisiones.

L: Palabra de Dios

T: Te alabamos, Señor

 

Salmo responsorial 27, 2. 7-9

R. Bendito el Señor, que escuchó mi voz suplicante.

Escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario / R.
El Señor es mi fuerza y mi escudo: en Él confía mi corazón; me socorrió, y mi corazón se alegra y le canta agradecido / R.
El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su Ungido. Salva a tu pueblo y bendice tu heredad, sé su pastor y llévalos siempre / R.

Aclamación antes del Evangelio (Jn 3, 16)

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Todo el que cree en Él tiene vida eterna.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 7, 1-10

“Ni en Israel he encontrado tanta fe”

En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaún. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: “Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga”. Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: “Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi te-cho; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: ‘Ve’, y va; al otro: ‘Ven’, y viene; y a mi criado: ‘Haz esto’, y lo hace”. Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: “Les digo que ni en Israel he encontrado tanta fe”. Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

S: Palabra del Señor                                     

T: Gloria a ti, Señor Jesús

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