27 de julio

“Déjenlos crecer juntos hasta la siega”

(13, 24-30)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

Los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento anhelaban ver el cumplimiento de las profecías y promesas de Dios y se fueron de este mundo con esta esperanza. Los discípulos y contemporáneos de Jesús tuvieron la dicha de estar con el Hijo de Dios, ver con sus propios ojos su manera de vivir, sus reacciones de bondad y mansedumbre, sus acciones misericordiosas y compartir con Él la vida cotidiana, pero no alcanzaron a percibir  el grande privilegio que les era concedido de parte de Dios. Solo después de Pentecostés empezaron a comprender el don inefable de haber vivido codo a codo con Dios.

Nosotros tenemos un privilegio mayor que ellos porque estamos con Jesús y lo llevamos resucitado en nuestro corazón, somos miembros de la comunidad formada por Él y guiada por su Espíritu; nos alimentamos con su Cuerpo resucitado en la Eucaristía y compartimos con hermanos que viven de Él. ¡Oh, si pudiéramos gustar el misterio en que estamos sumergidos! 

 

Preguntémonos: como creyente, ¿me siento miembro vivo del cuerpo visible de Jesús resucitado? ¿Es para mí motivo de gratitud y de gozo: ser parte de la comunidad cristiana, recibir el perdón de mis pecados, participar en la Eucaristía y ser acompañado por Cristo, el Señor, en los momentos más importantes de mi vida?      

   

Oremos: Gracias Jesús, por hacerme miembro vivo del Cuerpo glorioso, la Iglesia. Esta es mi seguridad, mi alegría y mi gloria; haz que guiado por tu Espíritu y en comunión con mis hermanos sea conformado contigo un poco mejor cada día. Amén.

 

Actuemos: Con profunda gratitud por formar parte de la comunidad cristiana vivo con apertura y alegría mis relaciones fraternas.

  

Recordemos: “Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ve ustedes y no lo vieron, y oír lo que oyen y no lo oyeron”.

 

Profundicemos: “Es verdad que no hemos visto a Jesús con nuestros ojos, pero sí le hemos conocido y le conocemos. Y no hemos escuchado su voz con nuestros oídos, pero sí que hemos escuchado y escuchamos sus palabras. El conocimiento que la fe nos da, aunque no es sensible, es un auténtico conocimiento, nos pone en contacto con la verdad y, por eso, ¡nos da la felicidad y la alegría!” (Papa Francisco).                                                  

 

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