6 de septiembre

Escucha La Palabra de Dios para cada día

 

Primera Lectura

Comienzo de la Carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1, 1-8

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y Timoteo, el hermano, a los santos y fieles hermanos en Cristo que residen en Colosas: gracia y paz a ustedes de parte de Dios, nuestro Padre. Damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando siempre por ustedes, al tener noticia de su fe en Cristo Jesús y del amor que tienen a todos los santos, a causa de la esperanza que les está reservada en los cielos y de la que oyeron hablar cuando se les anunció la verdad del Evangelio de Dios, que llegó hasta ustedes. Este sigue dando fruto y propagándose por todo el mundo como ha ocurrido también entre ustedes desde el día en que escucharon y comprendieron la gracia de Dios en la verdad. Así lo enseñó Epafras, nuestro querido compañero de servicio, fiel servidor de Cristo en lugar nuestro. Él es quien nos ha informado del amor que sienten por nosotros en el Espíritu.

L: Palabra de Dios

T: Te alabamos, Señor

 

Salmo responsorial 51, 10-11

R. Confío en tu misericordia, Señor, por siempre.

Yo, como verde olivo, en la casa de Dios, confío en la misericordia de Dios, por siempre jamás / R.
Te daré siempre gracias porque has actuado; proclamaré delante de tus fieles: “Tu nombre es bueno” / R.

Aclamación antes del Evangelio (Lc 7, 16)

El Señor me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 4, 38-44

“Es necesario que evangelice también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado”

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella. Él, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban, y Él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban y decían: “Tú eres el Hijo de Dios”. Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que Él era el Mesías. Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto. La gente lo andaba buscando y, llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos. Pero Él les dijo: “Es necesario que proclame el reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado”. Y predicaba en las sinagogas de Judea.

S: Palabra del Señor                                     

T: Gloria a ti, Señor Jesús

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