“Pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24)
A través de la figura del grano de trigo que necesita morir para poder fructificar, Jesús en el evangelio de este día, nos enseña la importancia de aprender a morir a nosotros mismos. Solo así, seremos capaces de dejar fructificar la vida de Dios que habita en nuestro interior y abrir cada vez más nuestro corazón a las necesidades de los demás: “El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna”. Seguir a Jesús implica dilatar cada vez más los límites de nuestros afectos e intereses; dejar atrás nuestros egoísmos, comodidades, nuestra propia autoreferencialidad, para dar mayor espacio al servicio, la gratuidad, el perdón, la fraternidad y cada uno de los valores del Reino: “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará”. Pidamos al Señor, en este día la gracia de aprender abrir cada vez más nuestra vida a las necesidades de todos aquellos con quienes convivimos a diario; y compartir gratuitamente todo aquello que somos y tenemos.
Reflexionemos:
¿Somos capaces de morir a nuestros intereses para acoger los de los demás?, ¿cómo podemos aprender a salir más de nosotros mismos?
Oremos:
Enséñanos, Señor, a salir cada vez más de nosotros mismos, para ir al encuentro de las necesidades de los demás. A reconocer que cada vez que compartimos con alegría aquello que tenemos, somos nosotros los primeros beneficiados. Amén.
Recordemos:
Nuestra vida da fruto en la medida en que la ponemos al servicio de quienes están a nuestro lado.
Actuemos:
Meditemos en este día, cuáles son las realidades personales que no nos dejan darnos por entero a los demás.
Profundicemos:
Nuestra familia es el primer lugar donde aprendemos a ser generosos con los demás y a servir con alegría (E-book: Creciendo en familia).