Destruyan este templo y en tres días lo reedificaré. (Juan 2,19)
Durante las fiestas de Pascua los vendedores aprovechaban la ocasión para ofrecer en el templo sus productos. Jesús, entró en el templo y viendo ese espectáculo tomó un látigo y expulsó a todos los que vendían y compraban, convirtiendo la Casa de Dios en una plaza de mercado. Cuando los sacerdotes le preguntaron con qué autoridad ha hecho eso, Él les respondió: destruyan este templo y en tres días lo reedificaré.
Con esta expresión un poco enigmática Jesús afirma que su Cuerpo como él de toda persona es templo de Dios. La presencia de Dios no está circunscrita a un lugar físico, nosotros somos el templo de Dios en el mundo, por ello así como el templo es sagrado, toda persona es sagrada y merece ser tratada con amor, respeto y veneración.
Reflexionemos:
San Pablo decía a los Corintios: ¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo? ¿Me reconozco y veo en los otros un templo de Dios? Esta certeza ¿me lleva a vivir actitudes de respeto y veneración con todos. ¡Señor, gracias por hacer de nosotros tu morada!
Oremos:
Señor, te alabo y te bendigo por haber hecho de todo ser humano un templo donde Tú habitas. Haz que todos podamos experimentar el gozo incomparable de sentirnos habitados por ti, y ayúdanos a tener con todas las personas las actitudes que a esta realidad divina corresponden. Amén.
Recordemos:
“Sin embargo, ustedes no están en la carne sino en el Espíritu, porque el Espíritu de Dios habita en ustedes”. Rm. 8,9
Actuemos:
Trato a cada persona con respeto y bondad para ayudarle a vivir conforme a su dignidad de ser “templo donde habita Dios”.
Profundicemos:
“Tu cuerpo es un templo, un don de Dios, serás bendecido si cuidas de él” ( Leer: “Ven Espíritu creador” Raniero Cantalamessa ).