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9 de Marzo

Escucha La Palabra de Dios para cada día

Primera Lectura

Lectura del libro de Jeremías 17, 5-10

Esto dice el Señor: “Maldito el que aparta de mí su corazón para poner en los hombres su confianza y apoyarse en los mortales. Es como un cardo en un yermo, que nunca ve la lluvia, que crece en los arenales del desierto, en tierra estéril, donde nadie vive. Bendito, en cambio, quien confía en mí, y en mí pone su esperanza. Será como árbol que crece junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente: conserva siempre el verdor de su follaje, sin que sufra con los calores del verano. Los años de sequía no lo alteran, jamás le faltará cosecha. Nada hay tan engañoso y sin remedio como el corazón humano, ¿quién podrá entenderlo? Lo entiendo yo, el Señor, que penetro el corazón y sondeo las entrañas, para pagar a cada cual lo que merece, de acuerdo con sus acciones”.

L: Palabra de Dios

T: Te alabamos, Señor

 

Salmo responsorial 1, 1-4. 6

R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche / R.

Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto a su tiempo y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin / R.

No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal / R.

Aclamación antes del Evangelio (Cf. Lc 8, 15)

Dichosos los que con corazón noble y generoso escuchan la Palabra de Dios y dan fruto sufriendo con entereza.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16, 19-31

El rico y el pobre Lázaro

Dirigiéndose a los fariseos, les dijo Jesús esta parábola: “Había una vez un hombre rico, que se vestía con gran lujo y elegancia y diariamente se daba espléndidos banquetes. Y había un pobre que se llamaba Lázaro, y que se la pasaba tendido delante de la puerta del rico, cubierto de llagas y deseando calmar el hambre con lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros se  acercaban a lamerle las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre, y los ángeles lo llevaron a disfrutar de la compañía de Abrahán. También el rico murió, y le hicieron sus funerales. Y cuando llegó al infierno, en medio de los tormentos levantó la vista y divisó desde lejos a Abrahán y a Lázaro en su compañía. Entonces gritó: ‘¡Padre Abrahán, ten compasión de mí y manda a Lázaro a que moje la punta del dedo en agua y venga a refrescarme la lengua, porque sufro horriblemente en estas llamas!’. Abrahán le contestó: ‘Hijo, recuerda que tus bienes los tuviste en vida, cuando Lázaro solo tuvo males; ahora él tiene aquí felicidad y tú tormentos. Además, nos separa un abismo tan grande que, aunque quisiéramos, sería imposible pasar de una parte a otra’. El rico insistió: ‘Padre, te ruego entonces que lo mandes a la casa de mi padre, a que amoneste a mis cinco hermanos, para que no vengan a parar ellos también a este lugar de tormentos’. Abrahán le respondió: ‘Ya tienen a Moisés y a los profetas: que les hagan caso’. Pero el rico insistió todavía: ‘No, padre Abrahán; pero si un muerto resucita y se les presenta, seguro que se arrepienten’. Abrahán le contestó: ‘Si no hacen caso a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque resucite un muerto’”.

S: Palabra del Señor                                     

T: Gloria a ti, Señor Jesús

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