Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1 – 19, 42
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Hoy la Iglesia no celebra el sacrosanto misterio de la Eucaristía, nos congregamos en torno a Jesús crucificado para contemplar su dolorosa Pasión y muerte en la cruz, y acoger con profunda gratitud su amor entrañable por nosotros.
La cruz que se levanta ante nosotros nos recuerda que Dios sufre con nosotros. No estamos solos; a Dios le duele el sufrimiento de todo hombre y mujer que habitan el planeta. ¡Sí! A Dios le duele el hambre, el abuso y el maltrato de los niños, sufre con los asesinados y torturados de nuestros pueblos, llora con las mujeres maltratadas día a día en su hogar; siente la angustia de los migrantes que esperan en vano ser acogidos y con tantos otros que en el seno de nuestras familias y comunidades se sienten solos, desamparados. Nosotros de algún modo podemos ser causa de dolor.
Ante Jesús crucificado quedan descubiertas nuestras mentiras y cobardías. Desde el silencio de la cruz, Jesús confronta con mansedumbre la mediocridad de nuestra fe, nuestro acomodamiento al bienestar y nuestra indiferencia ante los hermanos que sufren.
Reflexionemos: ¿Qué sentido tiene llevar una cruz en el pecho, si no sabemos cargar con la más pequeña cruz y no nos damos cuenta de los que están sufriendo a nuestro lado? ¿Qué significan nuestros besos al crucificado, si no despiertan en nosotros el cariño, la acogida y el acercamiento a quienes están solos y desamparados?
Oremos: Gracias Jesús, porque no ahorraste nada por nosotros: tu sangre, tus espinas, tu cruz, tu cabeza inclinada… me hablan al corazón; el Pastor ha muerto para que sus ovejas vivan. También yo quiero entregar mi vida por ti; dame tus sentimientos y tu amor Señor. Amén.
Actuemos: Hoy estaré muy atento a las necesidades de los más cercanos a mi vida para socorrerlos con la certeza de que estoy acompañando a Jesús en su agonía.
Recordemos: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: ‘Tengo sed’. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre dijo: ‘todo está cumplido’. E inclinando la cabeza, entregó su espíritu”.
Profundicemos: “Dios no quiere la muerte de su Hijo… lo que el Padre quiere es que él permanezca fiel a su servicio al Reino, sin ambigüedad alguna, que no se desdiga de su mensaje de salvación en esta hora de la confrontación decisiva; que no se eche atrás en su defensa y solidaridad con los últimos…que siga revelando su misericordia y su perdón a todos.” (Antonio Pagola).
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