“Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura”
(Jn 12, 1-11)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Que hermosa coincidencia es para nosotros vivir este lunes santo, celebrando el misterio incomparable de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María santísima. Gracias a tu sí, María, el Hijo del Altísimo pudo asumir nuestra condición humana, frágil y pecadora, para abrir una brecha luminosa de vida según Dios, en los caminos tortuosos que como humanidad alejada de Dios fuimos construyendo a lo largo de la historia.
Gracias a tu sí, María, el Verbo de Dios, asumiendo nuestra carne humana pudo cargar sobre sí nuestro pecado, perderse a sí mismo para lavar con su sangre preciosa la maldad humana y hacernos renacer en él a la vida nueva.
Mientras María, la virgen de Nazaret, se declara esclava del Señor y María de Betania derrama sus perfumes en los pies de Jesús, anticipando su sepultura, nosotros en actitud de humilde gratitud disponemos nuestro corazón para entrar con amor en el camino doloroso de Jesús nuestro Señor y salvador.
Reflexionemos: ¿Al iniciar esta Semana Santa albergo en mi corazón los sentimientos de humildad y fe con los cuales la virgen María aceptó participar en el plan salvífico de Dios, que se cumpliría en Jesús su Hijo?
Oremos: Te rogamos Dios todopoderoso, que quienes desfallecemos a causa de nuestra fragilidad, nos recuperemos gracias a la Pasión de tu Hijo Unigénito. Amén.
Actuemos: En los momentos de oscuridad y de luz que viva hoy, en unión con la virgen María, acepto entrar con fe viva y amor ardiente en el camino doloroso de Jesús mi Señor y Salvador.
Recordemos: María tomó una libra de perfume de nardo auténtico y costoso, ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera.
Profundicemos: “Lo más importante de esta narración es cómo la persona de Jesús con sus actitudes y su enseñanza libera a las mujeres de esos mismos códigos sociales que las mantenían atrapadas en el interior del hogar, y las estimula a desarrollarse más allá de los tabúes de su sociedad, al expresar con libertad sus sentimientos como personas, hijas amadas de Dios, en la esfera pública” (Esteves).
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