Escucha La Palabra de Dios para cada día
Primera Lectura
Lectura de la profecía de Ezequiel 37, 12-14
Dice el Señor: “Pueblo mío, yo voy a abrir sus tumbas y a sacarlos de ellas y voy a llevarlos otra vez a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los saque de ellas, ustedes, pueblo mío, reconocerán que yo soy el Señor. Pondré mi espíritu de vida en ustedes para que vuelvan a vivir, y los estableceré en su tierra. Entonces reconocerán que yo, el Señor, lo prometí y lo cumplo. Yo, el Señor, lo garantizo”.
L: Palabra de Dios
T: Te alabamos, Señor
Salmo responsorial 129, 1-8
R. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica / R.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón y así infundes temor / R.
Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora / R.
Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y Él redimirá a Israel de todos sus delitos / R.
Segunda Lectura
Lectura de la Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 8-11
Hermanos: Los que viven esclavizados al instinto no pueden agradar a Dios. Pero ustedes ya no están esclavizados al instinto sino bajo la acción del Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, es que todavía no es cristiano. Pero si Cristo está en ustedes, aunque físicamente estén sometidos a la muerte por causa del pecado, gracias al perdón recibido tienen la vida del Espíritu. Y si en ustedes habita el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos, el mismo que resucitó a Cristo, dará la vida incluso a su cuerpo mortal por su Espíritu que habita en ustedes.
L: Palabra de Dios
T: Te alabamos, Señor
Aclamación antes del Evangelio (Jn 11, 25a. 26)
“Yo soy la resurrección y la vida –dice el Señor–; el que cree en mí no morirá para siempre”.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 11, 1-45
“Yo soy la resurrección y la vida”
En cierta ocasión, se enfermó un hombre llamado Lázaro, de Betania, la población donde vivían también María y su hermana Marta. María fue la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con los cabellos, y Lázaro, el que estaba enfermo, era hermano suyo. Las hermanas de Lázaro mandaron a decir a Jesús: “Señor, mira que tu amigo está enfermo”. Pero Jesús, al oír esto, dijo: “Esta enfermedad no terminará en la muerte; será para gloria de Dios, para que por ella sea glorificado el Hijo de Dios”. Jesús era amigo de Marta, de su hermana y de Lázaro. Sin embargo, después de oír que Lázaro estaba enfermo, se quedó dos días más donde estaba. Entonces sí les dijo a los discípulos: “Volvamos a Judea”. Los discípulos le dijeron: “Rabí, hace poco querían apedrearte los judíos, ¿y quieres volver allá?”. Jesús les respondió: “Doce horas tiene el día, ¿no es verdad? Si uno camina de día, no tropieza, porque tiene la luz de este mundo para ver; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz”. Luego añadió: “Nuestro amigo Lázaro está dormido; voy a despertarlo”. Los discípulos le replicaron: “Señor, si está dormido, seguro que se va a mejorar”. Jesús se refería a la muerte, pero ellos pensaron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo claramente: “Lázaro murió, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, para que crean. Vamos, pues, allá”. Tomás, al que le decían “el Gemelo”, dijo a los demás discípulos: “Vamos también nosotros y muramos con él”. Cuando Jesús llegó a Betania, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania distaba de Jerusalén solo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a dar el pésame a Marta y a María por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió al encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta le dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora Dios te concederá todo lo que le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta le respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?”. Ella le respondió: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo”. Y se fue a llamar a su hermana María y le dijo en voz baja: “El Maestro está aquí y te llama”. Ella, al oír esto, se levantó a toda prisa y se fue a verlo. Jesús no había llegado aún a la población, sino que estaba todavía en el lugar a donde Marta había salido a encontrarlo. Los judíos que estaban con María en la casa, dándole el pésame, al ver que se levantaba a toda prisa y salía, se fueron detrás pensando que iba al sepulcro a llorar. Cuando llegó María a donde estaba Jesús, se postró a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Jesús al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, se estremeció y preguntó turbado dónde lo habían puesto. Le respondieron: “Ven, Señor, y lo verás”. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: “¡Miren cómo lo quería!”. Pero algunos decían: “Y el que devolvió la vista a un ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?”. Jesús se estremeció de nuevo, y al llegar al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, dijo: “Quiten la piedra”. Marta, la hermana del difunto, le respondió: “Señor, ya huele mal, pues lleva cuatro días”. Jesús le dijo: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”. Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me enviaste”. Después de decir esto, gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, ven fuera!”. Salió el muerto con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo para que pueda caminar”. Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en Él.
S: Palabra del Señor
T: Gloria a ti, Señor Jesús