“A esta hija de Abrahán, ¿no había que soltarla en sábado”
(Lucas 13,10-17)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
En el evangelio de hoy, Jesús cura en sábado a una mujer que lleva viviendo encorvada muchos años; una mujer humillada, con el cuerpo y la cabeza siempre mirando al suelo, sin poder ir por la vida con el cuerpo erguido y la frente levantada. Son los signos externos y visibles del sometimiento y de la humillación. Pero, en cuanto Jesús vio a la mujer inclinada y, por eso mismo humillada, inmediatamente, sin que la mujer se lo pidiera, por más que fuera sábado y en plena sinagoga, Jesús la curo. Jesús trasciende el legalismo, y se dispone a liberar de ataduras.
Una vez más, Jesús se manifiesta como señor del sábado y nos muestra el aspecto liberador de su misión. Él ha venido a liberarnos de ataduras que no se dejan actuar, que no nos dejan crecer y que no nos dejan amar.
Reflexionemos: ¿Tenemos la apertura necesaria para reconocer que Jesús puede seguir realizando prodigios de misericordia para con nosotros?
Oremos: Señor, líbranos de una religión envejecida por la rutina y concédenos vivir cada día la novedad de tu Evangelio. Amén.
Recordemos: El Misionero Antonio María Claret, nos dice: ¡El Reino nos urge a anunciar buenas nuevas que dignifiquen y liberen! ¡No tengamos miedo!
Actuemos: ¿Cuál sería tu propósito para hoy?
Profundicemos: El Papa francisco dijo que la Iglesia se parecía a esta mujer condenada a vivir con parálisis. Muchos se oponen a que haya reformas y cambios profundos en la Iglesia. Imponiendo sobre ella el peso de la tradición y de la ley.