“De lo que rebosa el corazón habla la boca”
(Lucas 6, 39-45)
En el evangelio de hoy podemos vislumbrar hacia donde apunta la formación del discípulo. Lo dice Jesús: “Todo el que esté bien formado será como su maestro” (6,40b). Es decir: tratará de vivir las mismas actitudes del Maestro; y así podrá ser formador de otros.
El aprendizaje de estas actitudes es para todos un proceso gradual y muy lento. Por eso el discípulo se deja guiar por Jesús para poder ayudar a otros. Con la imagen del “ciego” Jesús nos indica este estado de aprendizaje; pues hasta que no seamos iluminados a fondo por los criterios de Jesús seremos como ciegos que necesitan el apoyo de otros.
Por ello, el discípulo que está caminando con Jesús ha de considerarse todavía a sí mismo como un ciego, y no debe emitir juicios sobre los demás porque a él mismo le falta todavía mucho trecho en el camino de la conversión.
Reflexionemos:
Preguntémonos: ¿Soy consciente de las cegueras que todavía me invaden? ¿En qué estoy viviendo un camino de conversión real y concreto? Señor no me dejes ser juez de los demás.
Oremos:
Maestro bueno, santifica mi mente con tus criterios y juicios; y ayúdame a vivir en continua conversión para poder guiar a otros en tu camino. Amén
Recordemos:
¿Por qué te fijas en la astillita que hay en el ojo de tu hermano, y no adviertes la viga que tienes en tu propio ojo?
Actuemos:
Todos los días haré mi examen de conciencia para permanecer en proceso de conversión continua.
Profundicemos:
Si eres formador de un grupo recuerda que el punto de referencia es Jesús mismo: “No es el discípulo más que el maestro”. Antes de emprender un proyecto, asegúrate de tener la visión de Jesús, no sólo la tuya porque “¿Podrá un ciego guiar a otro ciego?” Y procura formarte bien y estar adelantado en lo que propones vivir a los demás, si no “caerán los dos en el mismo hoyo”.