2 de Noviembre

 

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto expiró”… (Lc 23, 45)

 

Celebremos la memoria de los fieles difuntos con esperanza y alegría, porque estamos seguros que la vida no termina, sino que se transforma; la muerte es el comienzo de la vida plena. Cristo Jesús murió y resucitó para liberarnos del pecado y de la muerte; en Él tenemos la dicha de ser hijos amados de Dios y herederos de su felicidad eterna.

Las últimas palabras de Jesús en la cruz: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» no solamente nos deja percibir su confianza filial en Dios que es su Padre y nuestro Padre; sino que también nos revelan el sentido cristiano de la muerte: todos volveremos a Dios para ser felices con EL para siempre.  

La vida terrena es un viaje de prueba que nos prepara para gozar eternamente de la gloria y felicidad de Dios. El recuerdo de nuestros seres queridos que ya alcanzaron esta meta feliz, enciende en nuestro corazón el deseo del «Paraíso», la realidad mas real de todas las realidades.

 

Reflexionemos:

¿El encuentro definitivo con Dios es la meta de mi vida?, ¿Estoy siguiendo el camino trazado por Jesús para ser feliz con El para siempre? ¡Señor orienta decididamente mi corazón hacia ti!

 

Oremos:

Señor, la muerte nos causa dolor porque nos separa de nuestros seres queridos; pero estamos seguros que ellos están vivos en ti, y un día nos volveremos a ver para gozar juntos de tu presencia y tu felicidad por toda la eternidad. ¡Señor, aumenta nuestra fe!

 

Recordemos:

Y Jesús con voz potente, dijo: «Padre en tus manos encomiendo mi espíritu. y dicho esto, expiro».

 

Actuemos:

Alimento con frecuencia esta certeza: la muerte es el encuentro definitivo con Dios al cual me preparo día tras día.

 

Profundicemos:

«La vida es un viaje de prueba, un viaje corto que se vive una sola vez; y el tiempo es el tesoro que se nos da para prepararnos una eternidad feliz». Beato Santiago Alberione.

(Libro: «La vida ilumina nuestra muerte» Gonzalo Castro sj).

 

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