“Tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc 7, 50)
El evangelio de este día, a través de la figura de la mujer pecadora, nos ofrece una valiosa oportunidad para sentirnos abrazados por la misericordia de Dios: “Llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume”. Como ella, también nosotros deseamos poner a los pies de Jesús todas nuestras faltas, llorar ante él, nuestra realidad de pecado y todo aquello que nos aparte de su lado. Así mismo, expresarle por medio de nuestro llanto, el deseo de cambiar de vida y poner a sus pies, lo más valioso que tenemos: nuestra existencia. Solo así, Jesús nos mirará con ternura y nos recordará el gran poder transformador del perdón “Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor”. Pidamos al Señor, en este día la fe, el valor y el coraje de la mujer pecadora para acercarnos hasta él y buscar su perdón. Así mismo, la capacidad de aprender a perdonar como él, a quienes están a nuestro lado.
Reflexionemos:
¿Cómo experimentamos en nuestra vida el perdón de Dios?, ¿nos sentimos mirados por él con amor y ternura?
Oremos:
Ante tus pies, Señor, ponemos nuestra vida y todo aquello que nos separa de ti. Ante tus pies, Señor, dejamos nuestro profundo deseo de ser mejores, y aprender amar y perdonar como tú, a los demás. Amén.
Recordemos:
Sentirnos amados por Jesús, nos lleva a experimentar más de cerca su perdón.
Actuemos:
Abramos en este día, nuestra vida y nuestro corazón al perdón, reconciliándonos con aquellos con quienes tenemos dificultades, especialmente en el seno de nuestros hogares.
Profundicemos:
Perdonar es posible cuando experimentamos en nuestra vida, la misericordia y la ternura de Dios (Libro: Misericordia y perdón).