18 de abril

 

Un fantasma no tiene carne y huesos, como ven que tengo yo” (Lc 24, 39)

 

Comprender que Jesús había resucitado no fue un proceso fácil para los discípulos ni para las primeras comunidades cristianas. Implicó todo un camino de fe, en el que el Resucitado en persona, fue acompañando a cada uno de ellos para ir despejando las dudas y los temores de su corazón: “¿Por qué asustarse tanto? ¿Por qué tantas dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies: ¡soy yo en persona! En dicho proceso, Jesús se vale de signos familiares para ellos, que les ayudan a evocar su presencia y reconocer los lugares en los que de ahora en adelante podrían encontrarlo, como el compartir la mesa y el sentido de las Sagradas Escrituras. Pidamos al Señor, en este Tercer Domingo de Pascua que abra nuestro entendimiento, para experimentar que vive en medio de nosotros a través de su Palabra y la Eucaristía. Así mismo, el gran llamado que tenemos como bautizados, de testimoniar su resurrección con nuestra propia vida.

 

Reflexionemos:

¿Reconocemos que Jesús vive en la Palabra y la Eucaristía?, ¿cómo podemos testimoniar la presencia viva del Resucitado en nuestra cotidianidad?

 

Oremos:

Ayúdanos, Señor, a testimoniar con nuestra propia vida los signos de tu resurrección. A fortalecer mucho más nuestra escucha cotidiana de la Palabra y la vivencia de la Eucaristía. Amén.

 

Recordemos:

El Resucitado nos invita a testimoniar sus enseñanzas con nuestra propia vida.

 

Actuemos:

Participemos activamente en la celebración eucarística de este día y pidámosle al Señor que nos ayude a fortalecer nuestra relación con ella.

 

Profundicemos:

La Eucaristía nos abre al gran misterio del Resucitado que se queda con nosotros en la fracción del pan y en la explicación de su Palabra (Libro: Eucaristía. Pan para la vida del mundo).

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