26 de Diciembre

 

No serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre el que hable por ustedes (Mt 10, 20)

 

Hoy celebramos la memoria de san Esteban, primer mártir de la Iglesia. Por eso, el evangelio nos invita a mantener viva siempre nuestra confianza en Dios aún en medio de las persecuciones: Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo o qué decir, pues en ese momento se les concederá lo que tienen que decir. Porque no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre el que hable por ustedes”. Para la primera comunidad cristiana a la que Esteban perteneció, seguir a Jesús implicó ser perseguida por defender los valores del Reino y oponerse a las enseñanzas de las autoridades religiosas del Templo. Esteban dio testimonio de su fe en Jesús y de la Buena Nueva hasta el final, llegando a perdonar incluso aquellos que acabaron con su vida tal como lo narra el libro de los Hechos de los Apóstoles: Mientras lo apedreaban, Esteban oró, diciendo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”.  Luego se puso de rodillas y gritó con voz fuerte: “¡Señor, no les tomes en cuenta este pecado!”. Habiendo dicho esto, murió” (Hch 7, 59-60) Pidamos al Señor, en este día, el valor de testimoniar nuestra fe en los diferentes lugares donde a diario convivimos, empezando por nuestros hogares y llegando a aquellos lugares donde por temor no nos atrevemos a hablar mucho de Dios.

 

Reflexionemos:

¿Damos testimonio de nuestra fe?, ¿cómo acogemos y enfrentamos las dificultades que llegan a nuestra vida?

 

Oremos:

Danos, Señor, una fe firme y audaz como la de Esteban, capaz de hablar a todos de ti, testimoniar tus enseñanzas y perdonar a quienes nos critican o persiguen por tu causa. Amén.

 

Recordemos:

Dios nos fortalece aún en medio de las persecuciones.

 

Actuemos:

Demos gracias al Señor en este día por los momentos en que ha salido a nuestro encuentro y nos ha ayudado a superar las críticas que nos hacen por seguirlo.

 

Profundicemos:

La vida de los santos nos enseña a fortalecer nuestra fe y a descubrir la alegría de testimoniar el amor de Dios aún en medio de los sufrimientos y las dificultades (Libro: Los santos de cada día).

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