Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado
(Marcos 6, 14-29)
Permitamos que la Palabra del Señor toque nuestra vida.
En el centro del evangelio de hoy está la conciencia turbada del rey Herodes que ante la fama de Jesús despierta en él el sentido de culpa por el horrendo homicidio de Juan Bautista.
Al contarnos la muerte de Juan, el evangelio desenmascara el conflicto que todos vivimos cuando sintiendo atracción por lo verdadero, actuamos en forma contraria. Acojamos la invitación del Señor a tener en cuenta la voz de la conciencia en la cual Dios mismo nos orienta en la búsqueda de la felicitad verdadera. Quien escucha la voz de la conciencia actuará siempre rectamente y disfrutará de paz en su corazón. Quien contraría su conciencia pronto o tarde se sentirá invadido por el remordimiento y la tristeza.
Que las reacciones de los personajes que nos deja ver el evangelio nos ayuden a superar los instintos egoístas que albergamos en nuestro corazón.
Reflexionemos:
¿Reconozco los instintos egoístas que hay en mi corazón?¿ Soy dócil a los llamados que Dios me hace desde mi conciencia? ¡Señor enséñame a escuchar tu voz!
Oremos:
Señor ayúdanos a formarnos una conciencia recta que escucha tu voz y se deja guiar por tus inspiraciones para que podamos construir una sociedad hermanada y solidaria. Amén.
Recordemos:
El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan.
Actuemos:
Todos los días dedico unos momentos a examinar mi conciencia como medio para crecer espiritualmente.
Profundicemos:
Tal vez podríamos pensar que una persona como Herodes, no debía tener conciencia, pero aquí vemos que también escuchaba su voz. Esto nos lleva a la conclusión de que es imposible silenciar la voz de Dios. Herodes mató al profeta que le hablaba de parte de Dios, pero tuvo que seguir escuchando a su conciencia.