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30 de Diciembre

 

el niño crecía en gracia y sabiduría delante de Dios y de los hombres”. (Lucas 2, 36-40)

 

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

EL evangelio de hoy nos ofrece de entrada el testimonio de la profetiza Ana que habiendo dedicado la mayor parte de su vida a servir al Señor, tenía el corazón dispuesto al encuentro con el Mesías Salvador: reconoce su presencia en el pequeño que la Niña María lleva en sus brazos,  contempla su rostro, lo acoge como salvador, alaba a Dios por él  y habla con alegría  de él a todos los que esperan la redención. Y yo ¿reconozco la  presencia de Jesús en las circunstancias  ordinarias de mi vida cotidiana? ¿Acojo allí al Señor como mi salvador?

Lucas, después de ofrecernos un modelo de acogida del Señor en las circunstancias ordinarias, nos  desvela el horizonte de la vida terrena de Jesús que se desarrolla en su vida escondida en la aldea de Nazaret la Galilea de los gentiles: siempre desde los pequeños, entre los últimos. ¿Cómo acojo en mi corazón las opciones de vida del Hijo de Dios? ¿En mi seguimiento de Jesús adhiero de corazón  a sus opciones?

Lucas concluye dejándonos entrever el misterio incomparable del Dios altísimo que se identifica con nuestra fragilidad para dejar en ella el sello de su divinidad:  «el niño crecía en gracia y sabiduría delante de Dios y de los hombres»: Creciendo en gracia y sabiduría Jesús madura también  como hombre y como salvador ; allí en la escuela de Nazaret aprende a conocer las profundas heridas del corazón humano, las tensiones profundas de nuestras relaciones y la incapacidad que todos tenemos de renunciar a los intereses egoístas y salir al encuentro de los otros. Jesús ama nuestra fragilidad y carga sobre si nuestras enfermedades y dolencias como el hermano que está dispuesto a pagar nuestro rescate.

 

Reflexionemos:

¿Qué sentimientos y actitudes brotan en mi corazón al contemplar el modo como Jesús se acerca a nuestra realidad, la ama y la hace suya? ¡Gracias Jesús por hacerte nuestro hermano!

 

Oremos:

Jesús, viviste la mayor parte de tu vida asumiendo en pleno nuestra condición humana, porque solo identificándote amorosamente con nuestra fragilidad habrías podido rescatarnos para hacernos renacer a una vida nueva. Ayúdanos a aceptar nuestra pequeñez y caminar llevados de tu mano. Amén.

 

Recordemos:

«Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción; ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones” Lucas 2, 34-35

 

Actuemos:

Quiero entrar en el camino de la pequeñez  de la mano de Jesús y de María,  día a tras día.

 

Profundicemos:

Cristo santifica el trabajo humano herido por el pecado en el taller de José. Allí, convierte el trabajo y la vida ordinaria en camino de salvación y de colaboración con Dios. Allí santifica la vida de familia

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