27 de Junio

“Sígueme”

(Mateo 8,18-22)

 

 Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

La coincidencia temporal, y el orden de las lecturas que la liturgia nos propone cada día, nos hacen ver este año, uno junto a otro, los dos relatos más fuertes que se conservan en los Evangelios, sobre el “seguimiento de Jesús”. El relato de Lucas que hemos escuchado el domingo y el de Mateo que leemos hoy. Conviene recordar que estos relatos de “seguimiento” no son los únicos. El verbo “akolouthein”=”seguir” se repite hasta 92 veces en los evangelios, para referirse al seguimiento de Jesús.

En el relato que hoy leemos, Jesús pone dos condiciones para seguirle: renuncia a la propia instalación y renuncia a anteponer el entierro del propio padre con respecto al seguimiento. Lo más difícil de entender esto último. ¿Qué quiere decir? El deber de dar sepultura a los difuntos era tan importante, para los judíos, que se consideraba “como la cima de todas las buenas obras”. Por tanto, lo que aquel discípulo le estaba pidiendo a Jesús era “seguirle”, pero “después de” cumplir con la propia religión, ya que no enterrar al propio padre atraía una maldición y era una vergüenza. Esto es lo que Jesús no tolera. En definitiva, se trata de comprender que el Evangelio es lo más serio, lo más exigente, que se puede asumir como “proyecto de vida”, que solamente se puede aprender y se puede integrar en la propia vida cuando nos ponemos a vivir como vivió Jesús, con él y junto a él. Como lo comprendieron los discípulos, viviendo con él, viviendo como él, compartiendo lo que pudieron compartir de su proyecto de vida. Y aun así se quedaron tan lejos. 

La invitación que se nos hace, es a seguir a Jesús, serle fiel a su proyecto, aunque muchas realidades nos saquen de nuestra zona de confort.

 

Oremos: Señor Jesús, dame la gracia de no convertirme en juez, sino en una persona de caridad y ayúdame a seguirte entregando todo lo mejor de mí, soltarme de mis egoísmos y hacer visible por medio de mi compromiso cristiano, tu presencia amorosa. Amén. 

 

Recordemos: “Maestro te seguiré adonde Vayas”

 

Actuemos: ¿Cuáles son las prioridades de nuestra vida? ¿Qué criterios utilizamos para ordenarlas?

 

Profundicemos: ¿Cómo puedo verificar que Dios ocupa el primer lugar en mi vida? ¿Soy seguidor de Cristo dejando todo aquello que me impide darle un si pleno, total y confiado? 

 

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