25 de febrero

“Yo no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores, para que se arrepientan”

(Lucas 5, 32)

 

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

Vio Jesús a un publicano llamado Leví. Sentado en su despacho de recaudador de impuestos y le dijo sígueme, él dejándolo todo se levantó y lo siguió. Jesús llama a Levi, en su mirada e invitación se da algo maravilloso, Leví sin dudarlo le devuelve la mirada se levanta y le sigue. Qué pasaría si cada uno de nosotros nos dejáramos mirar de Jesús. Jesús, es de todos, lo vemos en casa de Levi, todos caben en la misma mesa: sus discípulos, los pecadores y publicanos que son gente indeseable. Su mirada es de bondad y misericordia, no les acusa ni señala con el dedo y esta actitud genera en ellos cambio de vida y alegría. Se sienten amados y acogidos, se abren a su presencia en medio de ellos y disfrutan de su encuentro con Jesús.

 

Reflexionemos: Dios conoce los corazones y no excluye a las personas. El amor incondicional y sin condenas ni prejuicios cambia a los publicanos y pecadores. ¿Me creo mejor que ellos cuando no he abierto mi corazón a Dios como ellos lo han hecho?

 

Oremos: Señor, enséñanos a no etiquetar a las personas, ni creernos perfectos, sino a ser sencillos y saber acoger a las personas como las acoges tú.

 

Recordemos: Vio Jesús a un publicano, llamado Leví sentado en su despacho de recaudador de impuestos y le dijo: Sígueme, él dejándolo todo, se levantó y lo siguió.

 

Actuemos: Trataré a los demás como a mí me gustaría ser tratado.

 

Profundicemos: Señor, enséñame tu camino, para que siga tu verdad. Sal 85 (Libro: El poder de la oración).

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