14 de abril

“Así está escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día” 

(Lc 24, 35-48)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

El tercer domingo de Pascua la Palabra viene a nuestro encuentro con una imagen muy cercana y familiar: los discípulos de Emaús. El relato de Lucas que la liturgia proclama hoy acontece en la comunidad, según los relatos escuchados durante la octava de Pascua, los discípulos volvían de Jerusalén, donde había acontecido la muerte de Jesús, regresaban desilusionados y tristes a Emaús, el lugar habitual de su cotidianidad.

El peregrino que llegó de improviso a su caminar les permitió una mirada nueva inesperadamente, después de haberle escuchado narrar los acontecimientos de la historia de salvación, los hizo volver de nuevo a la comunidad. En el desarrollo de la escena encontramos a la comunidad reunida, pero a la vez llena de miedo y temerosa, característica semejante compartida con la comunidad joanica, según el relato del segundo domingo de pascua en el testimonio de Tomás; esto para evidenciar cómo el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, fue un acontecimiento que marcó el inicio del cristianismo porque todas las comunidades vivieron el impacto y, a la vez, el desafió del anuncio de Cristo muerto y resucitado.

De ahí, dos elementos vuelven a unir las experiencias de las primeras comunidades cristianas, según los relatos proclamados el segundo y tercer domingo de Pascua. La evidencia de los clavos y señales de Jesús en las manos y pies, de la cual habían sido testigos; y la experiencia del reconocimiento de su Maestro a través el signo del pan y el pescado, signos tangibles que habían hecho posible a la memoria el reconocimiento de los discípulos de Emaús, cuando invitaron al peregrino a cenar.

Jesús vuelve a recordar a la comunidad de los apóstoles, después de comer y cenar, la experiencia de la historia de salvación según la tradición profética, de ahí, que haya tenido que llevar de nuevo a los discípulos a la experiencia de la Palabra revelada en las Escrituras, porque el discipulado no es solo una escuela de aprendizaje, sino una experiencia de fe, de camino junto al Maestro, a quien no solo se escucha, sino que se vive y se da testimonio de Él.

 

Reflexionemos: En nuestras comunidades, constituidas por nuestras familias, parroquias o movimientos, ¿qué experiencias nos caracterizan al recibir el anuncio?, ¿el miedo o el temor como la comunidad de los apóstoles, o la alegría del encuentro con la persona de Jesús?

 

Oremos: Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, como los discípulos de Emaús te has hecho un caminante, uno de los nuestros. Gracias por iluminar el camino de la vida, de la existencia con el don de la Palabra y el milagro del pan partido. Amén.

 

Actuemos: Las experiencias duras y difíciles de la vida, ¿las vivo evitándolas o afrontándolas?

 

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