“Sean misericordiosos, como es misericordioso su Padre”
(Lucas 6, 36-38)
Permitamos que la Palabra del Señor toque nuestra vida.
En este segundo domingo de Cuaresma tenemos la dicha de contemplar el momento sublime de la trasfiguración del Señor. El relato de san Lucas nos ofrece algunos detalles que nos permiten ver a los discípulos involucrados en esta escena divina.
Jesús sube con tres de ellos al monte para orar, y mientras los cuatro están en oración, el rostro de Jesús comenzó a resplandecer ante ellos: y su vestidura se puso blanquísima. Aparecieron Moisés y Elías llenos de gloria que hablaban con Jesús de la muerte que tendría que afrontar después de pocos días. Los discípulos estaban atónitos y hubieran querido quedarse ahí para siempre, cuando de repente también ellos quedaron envueltos por una nube misteriosa y de esta salía una voz que decía: “Este es mi Hijo, mi elegido. Escúchenlo a Él”.
Si hermano, como los discípulos también tú y yo hemos sido llamados a participar en la transfiguración del Señor. De hecho, desde el día bendito de nuestro Bautismo comenzamos a participar de la vida divina de Jesús. Jesús resucitado, no está lejos de nosotros, habita en nuestro corazón para hacer resplandecer en nuestra vida su presencia manifestándose en nuestras actitudes y actos de bondad.
Reflexionemos:
Me pregunto: ¿Soy consciente del don incomparable de la vida divina que llevo dentro? ¿Cómo alimento la Vida de Dios que está dentro de mí. ¡Señor que puedas resplandecer en mi vida!
Oremos:
Gracias Señor por hacernos partícipes de tu vida divina; ayúdanos a ser conscientes de este don incomparable y no permitas que por nada del mundo nos separemos de ti. Amen.
Recordemos:
“Y cuando dejó de oírse la voz, quedó Jesús solo. Ellos guardaron silencio, y de momento no contaron a nadie nada de lo que habían visto”.
Actuemos:
En los momentos de peligro y tentación recordaré que no estoy solo; Jesús resucitado habita muy dentro de mí y con Él tengo la fuerza y la gracia de amar y vivir como Él un poquito cada día más.
Profundicemos:
“Estás conmigo, y yo comenzaré a resplandecer como tú resplandeces; a resplandecer hasta ser luz para los otros. La luz, o Jesús, vendrá toda de ti: nada será mérito mío. Serás tú quien resplandezca, a través de mí, sobre los otros. (J.H. Newman)