“Sean misericordiosos, como es misericordioso su Padre”
(Lucas 6, 36-38)
Permitamos que la Palabra del Señor toque nuestra vida.
El tema primordial de la predicación de Jesús es Dios Padre que nos ama con el mismo amor que lo ama a Él, y por eso su voluntad es que todos seamos semejantes a su Hijo Jesús; esta será la máxima gloria para Dios y la mayor felicidad para nosotros.
En el evangelio de hoy Jesús nos deja entrever la actitud fundamental que alberga el corazón del Padre, que El expresa como mandamiento: “Sean compasivos, como su Padre es compasivo”; y se torna para nosotros en norma segura para una vid
a feliz. En ella se condensan los cuatro imperativos que le siguen: “No juzguen. No condenen. Perdonen. Den; Lo que hagamos o no hagamos a los hermanos, Dios lo hará con nosotros. Los dos primeros imperativos en negativo, “No juzguen. No condenen nos invitan a frenar los impulsos de nuestra innata tendencia egocéntrica que nos lleva a creer que tenemos siempre la razón o somos los mejores. Los otros dos en positivo ponen en movimiento el dinamismo de la vida divina que ya está en nosotros: Donen, Perdonen: el Dios que habita en nuestro corazón es amor y solo amor.
Reflexionemos:
Si guiados por el Espíritu Santo entramos en este dinamismo espiritual amando y donándonos al estilo de Dios, recibiremos con creces lo que nosotros damos: si soy misericordioso encontraré una gran misericordia; si lo soy poco, encontrare poca; si no tengo misericordia, tampoco la habrá para mí. Espíritu Santo enséñanos a amar como Jesús.
Oremos:
Gracias Jesús por indicarnos con tu vida y con tus enseñanzas la meta sublime de la santidad: ser misericordiosos como el Padre. Haznos dóciles a tu Santo Espíritu para que nuestro pobre corazón egoísta ame un poquito más cada día como somos amados por Dios. Amen.
Recordemos:
“No condenen, y Él no los condenará. Perdonen, y Dios los perdonará. Den, y Él les dará; les llenará la medida con generosidad, con creces, hasta el borde”.
Actuemos:
Trataré de mirar con bondad las fragilidades y errores de quienes viven a mi lado, evitando todo juico o condena para que cuando me presente ante Dios pueda ser acogido con misericordia.
Profundicemos:
“Amémonos los unos a los otros y seremos amados de Dios; tengamos paciencia los unos para con los otros y él tendrá compasión de nuestros pecados. No devolvamos mal por mal y no recibiremos lo que merecemos por nuestros pecados”. Máximo el Confesor