10 de diciembre

“Enderecen los senderos del Señor”

(Mc 1, 1-8)

Con profunda esperanza en este día del Señor encendemos la segunda vela de adviento, con este signo recordamos que nuestro caminar de preparación para la manifestación de Dios está por llegar. Y hoy acompaña el itinerario de la Palabra Juan el Bautista, el hijo de Isabel y Zacarías, quien había sido engendrado en la plenitud de los años de sus padres, quien había sido elegido desde el vientre materno como mensajero, llamado a “preparar el camino del Señor; voz del que grita en el desierto”. Contemplar la acción profética de Juan es contemplar el modo tan diverso como las personas cooperan en la historia de salvación del pueblo de Dios y la forma como ella se teje en la historia humana. La misión de Juan está determinada, según el texto sagrado, por la expresión “preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”, por tanto, dos serán las formas del Bautista de anunciar el mensaje. El primero, la conversión, el texto del evangelista Marcos deja claro que el bautismo y la predicación de Juan es de conversión, de perdón de los pecados. Los signos del profeta llamaban la atención, por eso acudía a él gente de toda la región. Sin embargo, del texto llama la atención que no es solo la forma como predica, como proclama la misión la que llama la atención, es también la forma como vive expresada en el estilo de vida: “Vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”, actitudes que indican sobriedad, espiritualidad penitente, por tanto, lo que Juan Bautista hacía era coherente con lo que decía. Finalmente, sus interlocutores sentían gran atracción por su predicación porque con humildad reconocía que no era él quien llevaría a cumplimiento las promesas mesiánicas: “Detrás de mí viene el que es más fuerte”; de hecho, del testimonio de Herodes conocemos el aprecio por Juan el Bautista.

 

Reflexionemos: Vivir la misión a la que hemos sido llamados con coherencia entre lo que hacemos y decimos, es la invitación que nos viene de la persona de Juan el Bautista.

 

Oremos: Padre bueno y Dios de la vida, concédeme la gracia, por el don del Espíritu, de vivir actitudes coherentes de vida entre lo que digo y hago, que mis palabras estén respaldadas por la luz de los gestos y las acciones.

 

Actuemos: En mi realidad personal, familiar ¿qué actitudes de sobriedad es posible cultivar?

 

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