“El reino de Dios es como un hombre que sembró un campo: de noche se acuesta, de día se levanta, y la semilla germina y crece sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce fruto: primero el tallo, luego la espiga, y después el grano que da la espiga. En cuanto el grano madura, mete la hoz, porque ha llegado la cosecha” (Mc 4, 26-29).
En los inicios de 1914 el mundo se encontraba ante la inminente amenaza de lo que la historia recuerda entre sus registros históricos como Primera Guerra Mundial. Mientras sombras de muerte comenzaban a cubrir muchos países, especialmente en Europa, en un pequeño pueblo al norte de Italia (Alba), comenzaba a germinar el tallo de una pequeña semilla sembrada por el Señor en el corazón de un joven seminarista, Santiago Alberione, que en 1900 al cambio de siglo experimentaba cómo la Palabra caía en las profundidades de su ser, como él mismo testimonia en sus escritos:
La noche que dividió el siglo pasado del corriente fue decisiva para la misión específica y el espíritu particular con que habría de nacer y vivir su futuro apostolado. Después de la Misa solemne de medianoche en la catedral (de Alba), se hizo la adoración solemne y prolongada ante el Santísimo expuesto. Los seminaristas de filosofía y teología tenían libertad para quedarse todo el tiempo que quisieran (…) De la Hostia vino una luz especial: mayor comprensión de la invitación de Jesús: “Vengan a mí, todos”; le pareció comprender el corazón del gran Papa, las invitaciones de la Iglesia, la verdadera misión del sacerdote (…) sobre el deber de ser apóstoles de hoy, usando los medios utilizados por los adversarios.
Se sintió profundamente obligado a prepararse para hacer algo por el Señor y por los hombres del nuevo siglo, con quienes habría de vivir. Tuvo una sensación bastante clara de su propia nulidad, y al mismo tiempo oyó: “Yo estoy con ustedes… hasta el fin del mundo”, en la Eucaristía; y que en Jesús-Hostia se podía tener luz, alimento, consuelo y victoria sobre el mal. Vagando con la mente en el futuro, le parecía que en el nuevo siglo personas generosas sentirían cuanto él sentía; y que, asociadas en organización (…)1.
Mientras la muerte se paseaba con aires de grandeza, en el silencio de la humanidad comenzaba a dar frutos el don de Dios en medio de su pueblo. Ese pequeño tallo llamado Sociedad de San Pablo, marcó el inicio de lo que es en la Iglesia el árbol de la gran Familia Paulina: (cinco Institutos religiosos, cuatro Institutos seculares y la Asociación de Cooperadores Laicos), que, a ejemplo del Apóstol Pablo y bajo el amparo de María Reina de los Apóstoles, tienen como misión “vivir y dar a conocer al mundo a Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, a través de los medios, formas y expresiones de la comunicación”.
Han pasado 106 años y hoy, como ayer, el mundo se ve amenazado por una nueva guerra que nos acecha a todos, que amenaza no con cañones, sino con miedo, dolor y desconfianza; pero ahora, el grano está maduro, es hora de meter la hoz, porque ha llegado la hora de la cosecha, la semilla ha dado una espiga cuyos frutos procuran alimentar de esperanza el caminar del pueblo de Dios a través de nuestra revista virtual: “En Camino” cuyo carácter formativo y catequético procurará desde cada una de sus secciones: (Iglesia, Familia, Temas de actualidad, Biblia, Catequesis, Superación y valores, novedades editoriales y testimonios de fe), abonar el terreno de nuestros lectores y disponer de esta manera, el corazón a la Buena Semilla que Dios ha dispuesto para cada hombre y mujer de buena voluntad.
Que el silencio operoso de nuestra misión en la Iglesia, Pueblo de Dios, nos permita seguir siendo tierra fértil con el aporte generoso y dispuesto de nuestros lectores.
Bienvenid@s… a la primera de muchas ediciones en la Gracia del Espíritu Santo.