29 de marzo del 2025

El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no

(Lc 18, 9-14)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

El texto de san Lucas nos devuelve a una de las actitudes fundamentales que en el itinerario cuaresmal nos ha colocado en relación con Dios y que vivimos de diferentes formas: la oración. La lectura del Evangelio coloca a los dos hombres en oración en el templo, sin embargo, las actitudes y motivaciones interiores de ambos personajes son muy diversas. Sin duda, ambas actitudes son características en nuestra forma de hacer oración. La oración del fariseo es de pie, conforme a las tradiciones rituales propias del ambiente judío, junto con el ayuno y el pago del diezmo; además, su mundo interior está guiado por la realidad de sentirse puro, mientras que los demás son impuros. El fariseo siempre será, a sus ojos, puro. El publicano, por el contrario, es el que viene de lejos, quien no tiene prejuicios para orar porque no conoce de ritos y sacrificios, de hecho, la acción de quedarse atrás en el templo, lo hace sentirse partícipe de la gracia, pero indigno a los ojos del escriba, de ahí que buscando a Dios lo encuentre en el mismo lugar: el templo. A diferencia del fariseo, el publicano no se siente poseedor de la gracia de Dios porque en su condición de fragilidad conoce su origen. Sin embargo, desde la perspectiva de Jesús, según Lucas, la oración del publicano es genuina, original, porque lo ha llevado a transparentar en su corazón su propio ser, porque en medio de su humildad, reconoce a Dios como el dueño de su existencia.

 

Reflexionemos: Las dinámicas de oración personal, ¿dónde las vivo?, ¿privilegio un lugar específico para mi encuentro personal con Dios? La oración, como una actitud vital en mi camino de vida cristiana, ¿la vivo como una prescripción del cumplimiento ritual o una experiencia vital que más allá de las fórmulas me permite el encuentro conmigo mismo, con los otros, con Dios, con lo creado y me conduce a la unidad y comunión de vida?

 

Oremos: Padre bueno, coloca en mis labios las palabras adecuadas en las que me pueda dirigir a ti, sin importar el lugar en el que me encuentre. Que las palabras que te dirija a ti en mi oración por excelencia, sean sinceras y las haga vida en mi propia vida. Amén.

 

Actuemos: ¿Qué actitudes de mi oración cotidiana llevan en mi ser rasgos de la oración? ¿Las del fariseo o las del publicano? Que la actitud orante me lleve a cultivar la humildad y no me alimente sentimientos que me hagan sentir superior o diferente a los demás.

 

📑 Recomendado: Consagración a san José

¿Requiere asesoria? Activar chat