23 de abril

“Yo y el Padre somos uno” 

(Jn 10, 22-30)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

El texto del Evangelio que escuchamos en este día inicia situando al oyente en el contexto de una gran fiesta, la dedicación del templo, que en la tradición judía se refiere a la recuperación del templo en Jerusalén, después que este había sido tomado por Antíoco IV y profanado; Judas el Macabeo había logrado la purificación del templo y por eso cada año la tradición judía recordaba este acontecimiento con una gran fiesta. Haciendo memoria de este acontecimiento histórico el texto sitúa a Jesús en el templo, junto al pórtico de Salomón, lugar que recuerda a uno de los grandes reyes del pueblo de Israel, quien logró después del exilio, la reconstrucción total del templo.

El diálogo en este lugar, que hace memoria de la tradición judía, se establece con los judíos, quienes después de haber escuchado a Jesús diciendo “Yo soy el pan de vida” y “Yo soy el buen pastor” le preguntan: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso?” Y aún más, específicamente le preguntan por su identidad: “¿Si tú eres el Mesías…?”

En medio de la majestuosidad del templo, donde se encuentra Jesús con los judíos, que aparentemente podía confundir, les responde: “Se los he dicho, y no me creen; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí”. Precisamente en el seguimiento de Jesús y en la escuela de su discipulado, no es la majestuosidad de las obras la que da testimonio de él, como les ocurría a los judíos con el templo, sino las obras que Jesús hacía en nombre de su Padre, como los milagros que había hecho a lo largo del camino de subida a Jerusalén. En el camino no había reconstruido el templo físico, sino el templo de cada persona, restituyéndola a su dignidad, de ahí, la fuerza de su afirmación: “Pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas”, precisamente por cuidar el templo no habían recorrido el camino con Él, como lo habían hecho los apóstoles, quienes habían visto sus obras.

 

Reflexionemos: De camino, en la práctica y en la maduración de la vida cristiana, ¿qué templo nos preocupamos por cuidar y recuperar?

 

Oremos: Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, vienes al templo de mi vida, con la gracia del Espíritu y sus dones me purificas de todas las experiencias que no son auténticas. Que la gracia de ser hijo amado me devuelva la alegría de amar el templo de mi existencia. Amén.

 

Actuemos: ¿En qué templo encontramos y buscamos a Jesús?, ¿en el templo físico o en el templo de la dignidad humana, muchas veces arrebatada, herida y olvidada?

 

 

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