7 de Abril

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1 – 19, 42

¿A quién buscan?

 

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

Hoy contemplamos a Jesús en la cruz que carga con los pecados del mundo, llevándonos a comprender el inmenso amor de Dios, que en su condición humana asume con valentía el sufrimiento y la muerte para liberarnos de nuestros pecados.

Cuando Jesús se dirige al huerto, lugar donde muchas veces se encontró con sus discípulos se acercan sus enemigos para arrestarlo; Él revela su divinidad, los interroga: ¿A quién buscan? y cuando ellos le responden – A Jesús, el Nazareno –  sin ninguna vacilación declara repetidas veces “YO SOY”. Con la autoridad de Maestro y Pastor se entrega libremente y pide libertad para quienes están con Él: “si me buscan a mí, dejen ir a estos”

Así asume su pasión y muerte como un acto de amor y donación, abandonándose totalmente en las manos del Padre y dando cumplimiento a su misión, llevándonos a la acogida del misterio: Jesús que se encarnó en el seno de la Santísima Virgen María, el que bajó del cielo e hizo historia con nosotros, es el mismo Cristo exaltado en la cruz, que resucita Glorioso donándonos vida nueva.

 

Reflexionemos: Hoy somos conscientes que si bien en la persona de Cristo Glorioso hemos recibido una nueva vida; sabemos que en el mundo existen muchas realidades de injusticia, maldad y pecado que hieren el corazón de Cristo y con los cuales Él sigue crucificado. ¿Cuál es ese pecado personal que continúa en la Cruz de Cristo y que hoy debo dejar morir para alcanzar la resurrección? 

 

Oremos: Señor, permíteme hacer de mi vida un don, para que otros te conocen y crean en ti que eres el Dios cercano. Amén. 

 

Recordemos: “Yo he nacido y venido al mundo para esto: para dar testimonio a favor de la verdad. Todo el que está por la verdad escucha mi voz”.

                                                                    

Actuemos: Al contemplar la Cruz, acepto el Señorío de Dios en mí.

 

Profundicemos: “La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre” (San Juan Pablo II)

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