“Cada vez que lo hicieron con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”.
(Mt 25, 31-46)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Las obras de misericordia son una experiencia de vida cristiana que las conocemos e incluso las hemos aprendido de memoria, especialmente por las catequesis sacramentales de primera comunión y confirmación, pero en la vida cotidiana nos cuesta ponerlas en práctica y preferimos trabajarlas para grupos o movimientos parroquiales o apostólicos. Sin embargo, la lectura del Evangelio de hoy, narrado en la tradición de Mateo, nos habla de una experiencia posible a todos, porque en todo tiempo y lugar están presentes siempre los más pequeños. El nacimiento del cristianismo estuvo marcado por esta experiencia de vida, de ahí la expresión “miren cómo se aman”. El crecimiento progresivo de los movimientos cristianos y su expansión se dio gracias a la forma como vivían la caridad.
Las condiciones sociales de nuestro tiempo claman la urgencia de encarnar la invitación del Evangelio como una experiencia que no hace ruido, que siembra la Palabra de Dios en los corazones humanos de manera silenciosa y que es fecunda. La pregunta de los justos: “¿Cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?, etc.”, habla de una experiencia encarnada, muchas veces imperceptible, que sale al encuentro de seres humanos que como hoy, habiéndolo dejado todo, han emprendido un itinerario como migrantes y sienten en estos gestos, la suave brisa de la condición humana que nos reconcilia con todos. La narración en Mateo tiene una finalidad escatológica, es decir, con sentido de eternidad; sin embargo, no es posible llegar a la contemplación de la gloria si no se ha encarnado esta gloria en rostros concretos que experimenten en su vida la salvación que, con gestos reales, abracen el rostro misericordioso de Dios en su vida. El evangelista ante la pregunta: “¿Cuándo lo hicimos?”, coloca una palabra clave que nos aproxima a esta experiencia: “Los más pequeños”. Volvamos la mirada a los más pequeños, quienes están presentes en todos los contextos y realidades que nos rodean: niños, adultos mayores, migrantes, desplazados, personas en condición especial de vulnerabilidad, etc.
Reflexionemos: El Evangelio es una invitación a salir de nosotros mismos para abrazar lo inalcanzable, para experimentar en las obras de misericordia lo ricos y bendecidos que somos por Dios.
Oremos: Padre bueno, te doy gracias por concederme el don de la caridad que me permite experimentar en mi vida, tu amor que se manifiesta en rostros concretos. Concédeme la gracia de ser compasivo con mis hermanos. Amén.
Actuemos: ¿Qué obra de misericordia puedo hacer práctica en el aquí y ahora donde hoy vivo?
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