“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
(Lc 23, 44-46. 50. 52-53)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Es decir, hemos hecho lo que era nuestro deber.
No somos indispensables, es verdad, pero si insustituibles, en la forma y manera propia de ser y obrar; y que mejor que con la ayuda de Dios busquemos siempre y por encima de todo hacer el bien. El Papa Benedicto XVI, en una homilía del 3 de octubre del 2010, refiriéndose a este evangelio dijo:
“Somos siervos de Dios; no somos acreedores frente a él, sino que somos siempre deudores, porque a él le debemos todo, porque todo es un don suyo. Aceptar y hacer su voluntad es la actitud que debemos tener cada día, en cada momento de nuestra vida. Ante Dios no debemos presentarnos nunca como quien cree haber prestado un servicio y por ello merece una gran recompensa. Esta es una falsa concepción que puede nacer en todos, incluso en las personas que trabajan mucho al servicio del Señor, en la Iglesia. En cambio, debemos ser conscientes de que, en realidad, no hacemos nunca bastante por Dios. Debemos decir, como nos sugiere Jesús: ‘Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer’. Esta es una actitud de humildad que nos pone verdaderamente en nuestro sitio y permite al Señor ser muy generoso con nosotros”.
Preguntémonos: ¿Somos conscientes de la grande responsabilidad de pasar por esta vida a ejemplo de Jesús haciendo el bien?
Oremos: Señor Jesús, yo también quiero poner mi vida al servicio de tu Palabra. Dame la gracia de aprender a administrar con sabiduría cada una de las capacidades que me has dado y compartirlas de manera gratuita con los demás. Amén.
Reflexionemos: Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer. A veces pensamos que, con nuestras buenas obras, estamos haciendo un favor al Señor y que nos lo tiene que agradecer y premiar. Pero en el fondo, es él quien hace crecer. Nuestra responsabilidad es sembrar el bien con alegría.
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