8 de septiembre 2024

“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

(Mc 7,31-37)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

Hoy nos encontramos con la dura realidad de un hombre que es sordo y mudo, en el cual también podemos vernos reflejados nosotros. Los gestos que Jesús tiene hacia él son muy dicientes. En primer lugar, lo aparta de la gente para cortar con toda posibilidad que le impedía escuchar su voz o confundirla con otra. Acoger la realidad de Dios en nuestra vida, implica salir como Abrahán y los profetas, de nuestra propia tierra o de nuestra zona de confort. En segundo lugar, lo toma en sus manos, le toca sus oídos y su lengua para que, por obra del Espíritu Santo, sean abiertos, “effetá”, y pueda recibir el Kairós de Dios, es decir, el tiempo de la salvación de Dios que ha llegado. Es necesario que le permitamos a Jesús abrir nuestros oídos para escucharlo, así mismo, nuestra lengua para lograr proclamarlo, pues en la dinámica relacional y espiritual, no podemos retener para nosotros mismos la gracia que se nos ha dado.

 

Preguntémonos: ¿Creo sinceramente que Jesús hace oír a los sordos y ver a los ciegos? O ¿se me dificulta aceptar esto que me dice hoy el evangelio? ¿Por qué?

    

Oremos: Señor Jesús, sáname de las ataduras personales, espirituales y sociales que me impiden pensar, escucharte y hablar de ti en las diferentes realidades que vivo. Envía tu Santo Espíritu y renuévame desde dentro. Amén.

 

Actuemos: con mayor confianza, al pensar que no avanzamos solos porque es Dios, quien camina con cada uno de nosotros por la vida buscando de ser cada vez mejores y de llegar al Padre.

 

Recordemos: llevar a la vida lo que hemos aprendido hoy en la Palabra haciendo la voluntad del Padre y poniendo en práctica los gestos de Jesús: “Pasar haciendo el bien”. Propongámonos vivir como lo haría Jesús.

 

Profundicemos: los gestos que hace Jesús no tienen nada que ver con la magia, sino que son un intento de comunicarse con sordo mudo para que este sea consciente de su acción milagrosa. Y es que el milagro solo tiene importancia para el que ya cree. Volvamos a leer detenidamente este texto del evangelio de Marcos 7,31-37, y permitamos que sea Jesús mismo quien nos toque y nos despierte todos los sentidos, para así ir al fondo de este mensaje.

 

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