“Has escondido estas cosas a los sabios y se las has revelado a los pequeños”
(Mt 11, 25-27)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Cuando Jesús habla de “estas cosas” no hace referencia a las ciudades que rechazaron su mensaje, sino a los misterios del Reino que Él ha venido anunciando y han sido acogidos por los más humildes.
Los “sabios y entendidos” son los escribas y los fariseos, que conocen muy bien la Ley de Moisés, pero rechazan a Jesús porque se sienten dueños absolutos de la verdad y no quieren abrir su corazón a la propuesta nueva de salvación y vida que proviene de Jesús. En cambio los humildes y sencillos están acogiendo sus enseñanzas, y permiten que se manifieste en ellos su poder liberador.
Este hecho hace que Jesús, lleno de gozo en el Espíritu exclame: “Te alabo Padre porque has revelado el misterio de tu amor a los humildes”; y concluya con esta preciosa afirmación: “Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. La revelación que Jesús hace y es acogida por los sencillos es esta: Dios Padre nos ama a todos en su Hijo y quiere que seamos como Él.
Preguntémonos: ¿Tengo el corazón abierto a Dios y a su Palabra o me resisto a aceptar lo que contradice mis principios, mis modos de vivir? ¿Estoy dispuesto a acoger la voluntad de Dios que me puede venir de cualquier persona?
Oremos: Jesús, Maestro bueno, no permitas que caigamos en la prepotencia de los que creen saberlo todo y cierran su corazón a tu Palabra revelada en el evangelio, en las personas y en los acontecimientos. Haznos dóciles a tu santo Espíritu. Amén.
Actuemos: Acepto con gratitud cualquier propuesta de bien o llamado de atención que pueda recibir en este día.
Recordemos: “Te doy gracias Padre porque te has revelado a los humildes”.
Profundicemos: Es normal, que esto suceda porque son los pequeños, más que nadie, los que sienten necesidad de la ternura de Dios; tienen hambre y sed de justicia; lloran y viven en el luto esperando que el Señor intervenga y los llene de júbilo. Son bienaventurados porque ha llegado para ellos el reino de Dios. “Sí, Padre, esa ha sido tu elección” (F. Armellini).
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