“Miren estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado”
(Mc 10, 32-45)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Nada ha conseguido Jesús con sus anuncios sobre la Pasión y sus instrucciones sobre el servicio. Los discípulos no han comprendido lo que implica el seguimiento, ellos tienen la convicción que, en Jerusalén, Jesús se presentará como el mesías triunfante, por ello, dos de los discípulos más cercanos, Santiago y Juan, caen en la torpe tentación de hacerle una petición. Y los otros discípulos se colocan al mismo nivel de estos dos, con igual afán de poder.
Ellos a pesar de seguir al Maestro son egoístas y están tentados por la vanidad, el deseo de poder, la ambición, la envidia, los celos. Este texto se repite hoy en nuestra propia vida, en nuestras relaciones interpersonales y sociales, en el mundo civil y eclesiástico, porque desvela la lucha que hay entre la generosidad y la vanidad, el valor y la cobardía, el servicio y el poder, el espíritu y la carne.
Jesús orientando y corrigiendo a sus discípulos, sienta las bases de la comunidad del Reino: el que entre ustedes quiera ser grande, que sea el servidor de todos.
Reflexionemos: El que acoge el llamado del Maestro y lo sigue sabe que implica. No hay jerarquías de mando, ni puestos de honor, solo sabe que debe servir y beber del mismo cáliz que el Maestro bebió.
Oremos: Señor, ayúdame a trabajarme para que cultive una única ambición, la de servir a mis hermanos como lo hiciste tú. Amén.
Actuemos: Hoy haré un examen de conciencia, sobre cómo ejerzo el poder, el servicio que tengo como miembro de una familia, de una comunidad o en mi lugar de trabajo.
Recordemos: “El que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser primero, que sea esclavo de todos”.
Profundicemos: Si nuestra vida no sirve para servir, no tendrá sentido, todo lo demás es pasajero, el poder, la ambición, la envidia, el orgullo, todo pasa y solo queda el “bien que hicimos”.
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