“Bendito el que viene en nombre del Señor”
(Jn 12, 12-16)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Hermanos, durante esta Semana Santa estamos invitados a vivir con profunda gratitud y alegría la entrega de Jesús que, habiéndonos amado, nos amó hasta el extremo. Hoy nos unimos como comunidad cristiana en torno a nuestro Señor y Salvador, para dar con él el paso de la muerte a la vida. Iniciamos con su entrada triunfal en Jerusalén y meditando su dolorosa pasión aprendemos a morir más hondamente con él, para renacer a la vida nueva y divina que él nos alcanzó con su muerte y Resurrección.
Con el deseo sincero de entrar en su misterio de donación, acogemos la palabra de san Pablo que nos invita a contemplar la historia de Jesús en el himno cristológico de la carta a los Filipenses. Jesús antes de hacerse hombre, existía en Dios; al encarnarse se vació de su grandeza divina y se hizo semejante a nosotros en todo: fragilidad, sentimientos y condición mortal; y en esta condición de esclavo, se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz… Por ello, el Padre lo levantó sobre todos colmando de gloria divina su humanidad; uniéndonos a él, tanto la humanidad como la creación, participamos en su glorificación llegando a ser en él hijos amados de Dios.
Es esta la hermosa e inefable realidad que nos disponemos a vivir en esta Semana Santa, con fe viva, esperanza firme y amor ardiente. ¡Que ninguno se excluya de este don incomparable!
Reflexionemos: ¿Qué disposiciones tengo al iniciar esta Semana Santa? ¿Estoy dispuesto a permitir que el amor de Dios penetre todo mi ser y transforme mi vida? ¿Qué me pide el Señor?
Oremos: Amado Jesús, hermano y salvador, quiero entrar en tu camino pascual; enséñame a morir a mis instintos egoístas para acoger el don de la Vida divina que tú, Señor, alcanzaste para mí con tu pasión y muerte. Amén.
Actuemos: Durante esta semana, tomaré algunos momentos para leer la Pasión del Señor según el Evangelio de san Juan.
Recordemos: “Después de tres horas de agonía Jesús exclamó: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu y diciendo esto expiró”.
Profundicemos: “Salvarse a sí mismo, cuidarse a sí mismo, pensar en sí mismo; no en los demás, sino solamente en la propia salud, el propio éxito, los propios intereses; en el tener, en el poder, en la apariencia. Sálvate a ti mismo: es el estribillo de la humanidad que ha crucificado al Señor” (Papa Francisco).
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