“Estén despiertos, para que puedan escapar de todo lo que está por suceder
(Lc 21, 34-36)
En este día se finaliza el segundo ciclo del tiempo ordinario y disponemos el corazón para el inicio de otra etapa en el caminar de nuestra vida cristiana, con el inicio del nuevo ciclo litúrgico. De ahí, que la lectura del Evangelio de San Lucas haga énfasis en la expresión: “Estén, pues, despiertos en todo tiempo”, porque la actitud vigilante era uno de los dinamismos más fuertes de los primeros cristianos, vividos en la espera del final de los tiempos. En consecuencia, se advierte la actitud como se aguarda la venida del Señor: “Tengan cuidado de ustedes, no sea que se embote el corazón”. En nuestra vida práctica sabemos lo que significa un corazón embotado, es un corazón que no entiende, que está tan absorbido en sí mismo, por tanto, no permanece atento porque sus facultades no están libres y se encuentran presas; en este caso según el evangelista, el corazón es esclavo de “juergas, borracheras e inquietudes”. Solo un corazón despierto, es decir, libre y dispuesto puede reconocer la acción de Dios en su vida, de lo contrario, siempre será víctima de sus propios deseos de poder, de riqueza, de placer, realidades que embotan el corazón, si sobre ellas se coloca la esencia de la vida.
Reflexionemos: En el camino de vida cristiana que he vivido a lo largo de este ritmo litúrgico, ¿qué actitudes he cultivado? Las del corazón embotado, es decir, centrado en sí mismo, o las del corazón despierto, vigilante desde el amanecer hasta el anochecer, el corazón que aguarda el misterio que ha contemplado y lo ha abierto a la vida, a la novedad de Dios en el ritmo de la historia.
Oremos: Padre bueno y Dios de la vida, mi corazón agradece todo instante en que el misterio de la Palabra, a lo largo de estos días, ha acompañado mi existencia con sus luces y sus sombras, ha hablado a mi corazón y ha colocado luces en mi caminar. Concede que este don continué acompañando mi caminar para mantener viva la esperanza. Amén.
Actuemos: En este día reservo un tiempo para vivir un examen de conciencia sencillo, pero a la vez profundo, verificando cómo ha sido la vivencia de este año litúrgico que hoy finaliza, según el ritmo de la Palabra. Agradezco la forma como ella ha acompañado mi historia, especialmente en situaciones particulares, las cuales hoy reconozco y acojo como experiencia de Dios en mi vida.
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