21 de octubre

 “Soy manso y humilde de corazón”

(Mt 11, 25-30)

La Palabra nos coloca en relación con uno de los textos que nos permite descubrir los sentimientos de Jesús para con su Padre, la gratitud. Y Jesús le reconoce de acuerdo al misterio que vive y que le viene dado: “Señor del cielo y de la tierra”, es casi, una súplica semejante a la oración que enseñó a sus apóstoles: “santificado sea tu nombre en el cielo como en la tierra”. Los sentimientos del Hijo no son comunicados como un conocimiento sino como una experiencia de relación: “la has escondido a los sabios y entendidos y se la has revelado a los pequeños” porque la lógica de Dios es experiencia que acompaña el misterio de fe de quien vive la pequeñez.

Fundamentalmente la comunión que vive el Padre con el Hijo es la comunión que vive el Hijo con quien quiere vivir esta experiencia de comunión en el Padre y así como el Padre y el Hijo llegan a conocerse plenamente así mismo llegaran a conocerse Jesús y el discípulo, en ese dinamismo de relación vital que para nosotros hoy viene comunicado en experiencias concretas como la Palabra, los sacramentos, los misterios de fe que renuevan y revitalizan.

El yugo, una imagen agraria de la época que tenía como finalidad arar la tierra con mayor prontitud ayudado por la fuerza animal de dos bueyes, viene colocada en la persona de Jesús para simbolizar como Él toma las cargas de quien le sigue para hacerlas suyas y sintiendo que Él las lleva por nosotros adquiera sentido en nuestra vida su experiencia de amor y de entrega.

 

Reflexionemos: ¿Cómo se da en mi vida la experiencia de relación fundamental con el Padre y con el Hijo? Dejo que este misterio que desde el bautismo acompaña mi existencia y el caminar de mi vida se convierta en un don de gratuidad por todo cuanto me es dado.

 

Oremos: Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, que mi oración sea un constante canto de alabanza al Padre que me ama, al Hijo que me llama y que en este gozo pueda también hoy decir: “Te doy gracias Padre”. Amén.

 

Actuemos: En la cotidianidad de mis días llevo mis yugos sobre mis espaldas sintiendo el peso de ellos o la oración, la frecuencia de la vivencia de los sacramentos me permiten acoger la invitación de Jesús: “vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré”.

 

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