“Te seguiré adondequiera que vayas”
(Lc 9, 57-62)
El texto del Evangelio coloca en evidencia las exigencias del discipulado que son radicales, así como lo es la fatiga del camino que llevará al Maestro a la cruz. El discípulo de Jesús en su respuesta al seguimiento de Jesús se confronta con lo que más le pertenece, con lo más suyo y a estas realidades es preciso enfrentarse para desnudar la libertad del corazón en el seguimiento. Ante la promesa de “seguir a Jesús adondequiera que vaya” Jesús coloca en evidencia la primera exigencia que la confronta con el tener: “el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”, porque su destino es una cruz que no tiene más precio que el de una condena. El segundo discípulo es invitado: “sígueme”. Sin embargo, deseaba “primero ir a enterrar a su padre”. Y la respuesta del Maestro en el camino es dura y exigente: “deja que los muertos entierren a sus muertos: tú ve a anunciar el reino de Dios”. Para el discípulo que hace experiencia de su Maestro en el camino resulta absurdo tener que dejar a sus padres cuando la figura de los padres, según la tradición judía, los había constituido parte fundamental de sus mandamientos. Y la promesa: “te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa”, parece sencillamente inhumana cuando Jesús coloca en sus labios: “nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios”.
Reflexionemos: El diálogo que estable Jesús en el camino de subida a Jerusalén, parece desalentador y demasiado exigente. Sin embargo, es el camino de la vida de quien es consecuente con sus opciones, sin dejar de ser profundamente humano, el discípulo se coloca en esta dinámica de las opciones fundamentales y lejos de la ambigüedad que puede albergar el corazón humano, busca configurarse a su Maestro.
Oremos: Jesús Maestro, ilumina nuestro camino cada día. Siembra en nuestro corazón actitudes de vida nueva para vivir con amor la vocación a la que hemos sido llamados y elegido en libertad. Amén.
Actuemos: Escucho la voz del corazón, de la conciencia, del interior cuando me llama a asumir la radicalidad del Evangelio como hoy, o la disipo con respuestas que justifican un actuar y un vivir más cómodo y menos exigente.
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