Sé quién eres: el Santo de Dios
(Lc 4, 31-37)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Dios es santo, y nos ha creado a su imagen y semejanza para que vivamos según su precepto de amor. Con la gracia del Bautismo nos hemos revestido de santidad, que es un don y un compromiso que debemos cuidar. Por eso continuando la lectura del Evangelio de ayer, en el que Jesús nos manifestaba la esencia de su misión recibida del Padre, hoy prosigue sus enseñanzas y es reconocido como el Maestro que tiene autoridad para vencer la fuerza del mal que amenaza la vida sin dañar la integridad de la persona y a quien los demonios le temen: “¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. El demonio lo reconoce y proclama que Jesús es el Santo de Dios, pero no renuncia a su actitud divisoria.
Reflexionemos: Cuando me enfrento al mal, ¿sé buscar en la Palabra de Dios la luz y la fuerza que derriba las confusiones que me atormentan?
Oremos: Trinidad Santa abre mi mente, sana mi corazón y fortalece mi voluntad para que mis pasos no vacilen en el compromiso de alcanzar la santidad. Amén.
Actuemos: Como compromiso de fe buscaré ser coherente y radical en mis decisiones de vida cristiana.
Recordemos: “¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”.
Profundicemos: «El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo». (Benedicto XVI)
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