“También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado”
(Lucas 4, 38-42)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
En Cafarnaún, Jesús realiza numerosos milagros, con los que muestra la misericordia de Dios con todos los enfermos. Por eso cura a la suegra de Pedro, a los enfermos que traían, a algunos endemoniados, no es de extrañar que los de ese pueblo querían que se quedara siempre con ellos. Pero Jesús tenía horizontes más amplios, “también a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios, para eso me han enviado”. Vemos que Jesús, en este pasaje y en otros con más claridad, no desea que le tengan como un milagrero y que le acepten como tal. No quiere que se queden con sus milagros, sino con su persona, con su mensaje, que acepten a Dios como Padre, a él como amigo, a los demás como hermanos y que el amor reine entre ellos. Y ese mensaje lo quiere extender a cuantos más pueblos mejor, sin saber lo que le espera, pero si convencido de lo que está llevando, es el reinado del Padre capaz de regenerar al mundo entero.
La invitación del Evangelio de hoy es que sigamos su ejemplo y que encontremos siempre la novedad de la predicación para que la misericordia de Dios llegue a todos.
Oremos: Señor Jesús, quiero ser sanado por tu infinito amor, levantarme, para seguir perseverando y ponerme a tu servicio.
Recordemos: “También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado” .
Actuemos: ¿Considera que Dios le ha sanado a usted de algo? ¿Cómo se lo agradece?
Profundicemos: ¿Cómo interpretar los milagros de Jesús? Desde la perspectiva liberadora del Reino de Dios.