7 de Junio

“Ustedes son la luz del mundo”

(Mateo 5,13-16)

 

 Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

En el Evangelio de este día, Jesús dice a sus discípulos: «Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo»

“Ustedes son la sal de la tierra”. El Señor llamó a sus discípulos sal de la tierra, porque habían de condimentar con la sabiduría del cielo los corazones de los hombres, insípidos por obra del maligno. Ahora les llama también luz del mundo, porque, después de haber sido iluminados por él, que es la luz verdadera y eterna, se han convertido ellos mismos en luz que disipa las tinieblas.

Siendo Él el sol de justicia, llama con razón a sus discípulos luz del mundo; a través de ellos, como brillantes rayos, difunde por el mundo entero la luz de su conocimiento. En efecto, los apóstoles, manifestando la luz de la verdad, alejaron del corazón de los hombres las tinieblas del error.

La virtud del cristiano está en cumplir su misión en esta tierra, ser sal y luz, que se traduce en practicar la palabra de Dios, sin hacerse notar para que lo vean.

La luz del discípulo de Jesús son sus buenas obras, no se queda corto en sus palabras, sus acciones y actitudes, siempre sirviendo y ayudando a los demás.

Qué dicha la nuestra, la de ser considerados por el Maestro sal de la tierra y luz del mundo. Cuánta responsabilidad deposita en nuestra vida, porque Jesús no dice “tienen que ser” sino “son”. Y lo somos porque hemos entrado a formar parte de su reino y, desde ese momento, nuestra vida se ha de asociar con Él. Sus valores han de ser los nuestros.

“Alumbre así su luz”. Qué hermoso deseo con el que Cristo cierra este pasaje. Al final de esta reflexión ese susurro queda en nuestro corazón. Será una realidad si hoy comienzas a iluminar a tu alrededor con el testimonio de tu vida, de tu oración, de tu esfuerzo; con tu rostro lleno de la alegría, de la paz y felicidad que sólo Dios puede dar. Que brille así nuestra alma, que brille así nuestro corazón, que sazonen así nuestros granos de sal que han de dar sabor a nuestro mundo. Una oración, una sonrisa, un sacrificio, una palabra para iluminar. 

 

Oremos: Señor Jesús, concédenos la paciencia y coherencia de vida, para que con alegría y entusiasmo seamos, desde nuestra familia y comunidad, sal de la tierra y luz del mundo, de modo que hagamos brillar la luz del evangelio delante de todos los hombres. Amén.

 

Recordemos: «Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo»

 

Actuemos: ¿Qué pasa cuando perdemos el sabor de nuestra fe, de nuestro servicio, de nuestra esperanza? ¿Somos luz para iluminar a los demás o para dejarnos ver por los demás?

 

Profundicemos: ¿Considero que mi vida es sal de la tierra y luz del mundo como me lo pide Cristo en el Evangelio? ¿En qué momento he perdido el sabor de mi testimonio cristiano y no he sido luz para los otros?

 

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