Y se transfiguró delante de ellos
(Marcos 9, 13)
Permitamos que la Palabra del Señor toque nuestra vida.
Jesús subió a una alta montaña con Pedro, Santiago y Juan y allí les dejo ver su gloria: su presencia se volvió blanquísima y radiante de luz; y Moisés y Elías conversaban con Él. Pedro y sus compañeros espantados y llenos gozo estaban como fuera de sí. De repente lo cubrió una nube y desde allí oyeron esta voz que decía: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”.
Fue solo un instante en que pudieron palpar la divinidad de Jesús y entrever en El como una síntesis espléndida de todas las revelaciones de Dios. Este hecho parece haber acontecido poco antes de que Jesús viviera su pasión y muerte.
Con esta experiencia incomparable preparó a sus íntimos amigos para afrontar su dolorosa pasión: la certeza de que Jesús es Dios llena de luz el misterio de su muerte. La belleza del Resucitado enciende destellos de luz en cada fragmento de la vida y nos ayuda a interpretar nuestra historia a partir de su victoria pascual.
Reflexionemos:
¿Creo de todo corazón que Jesús es Hijo del Dios vivo? ¿Cómo afecta esta certeza mi vida cotidiana? Jesús Tu eres el Hijo de Dios.
Oremos:
Gracias Jesús porque revelaste tu divinidad a tus discípulos y a nosotros; eres el rostro humano de Dios, el Emanuel, Dios con nosotros; fortifica y acrecienta nuestra pobre fe. Amen
Recordemos:
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Estaban asustados, y no sabía lo que decía.
Actuemos:
Cuando sienta que mi fe se debilita hago desde el fondo del corazón un acto de fe: Señor Tu vives desde siempre y para siempre!
Profundicemos:
La luz que envuelve a Jesús es «la luz de la esperanza, la luz que desvanece toda tiniebla; por eso las tinieblas no tienen la última palabra. Ante los grandes enigmas de la vida, detengámonos y volvamos la mirada a Cristo: El es la Fuente de toda Luz. Papa Francisco