“El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho”
(Marcos 8, 27-33)
Permitamos que la Palabra del Señor toque nuestra vida.
Mientras caminaban hacia Cesárea, Jesús preguntó confidencialmente a sus discípulos: ¿Quien dice la gente que soy yo? Ellos le contaron lo que oían decir de el. Pero Jesús queriendo saber lo que ellos captan en su vida, les dice Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Es fundamental para Jesús que los que se han comprometido con su causa, reconozcan el misterio que se encierra en él. Pedro, recogiendo las experiencias que han vivido junto a él hasta ese momento, le responde en nombre de todos: «Tú eres el Mesías».
Pero como en tiempos de Jesús el pueblo tenía expectativas políticas sobre el Mesías prometido por Yahveh, Jesús con cuatro verbos les habla claramente sobre lo más hermoso y oscuro de su misterio “tendrá que padecer mucho, ser condenado ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Jesús no ha venido al mundo para ganar prestigio y poder humanos, sino para entregar su vida por amor.
Reflexionemos:
¿Acepto a Jesús en su misterio completo de Cruz y de Resurrección? ¿Cargo la cruz diaria como parte de mi seguimiento del Señor? ¡Señor llévame de tu mano!
Oremos:
Gracias Jesús por instruirnos progresivamente en tu camino hacia la plenitud de la vida; ayúdanos a llevar contigo la cruz de cada día para alcanzar contigo la resurrección Amén.
Recordemos:
“El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días”.
Actuemos:
En los momentos difíciles de oscuridad o sufrimiento, me uno a Jesús en su pasión y acepto lo que se me hace pesado como regalo de su amor.
Profundicemos:
La cruz paga nuestra deuda. El castigo por nuestros pecados es la muerte; así que la cruz es el lugar donde Jesús pagó el precio por nosotros, y al hacerlo, él nos reconcilió con Dios: