“Echa simiente, duerme, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo”
(Marcos 4, 26-34)
El Evangelio de hoy nos trae dos breves parábolas: En la primera, la atención se centra en el hecho que la semilla, echada en la tierra, se arraiga y desarrolla por sí misma, sea que el campesino duerma o vele. Él confía en el poder interior de la semilla misma y en la fertilidad del terreno.
Así como la semilla se desarrolla por si sola, la Palabra de Dios actúa en nuestro el corazón con su propio poder. Es Dios mismo quien la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre podemos verificar y de un modo que no conocemos. (cf. v. 27).Creámoslo de corazón.
La segunda, nos habla del grano de mostaza, la más pequeña de las semillas, crece hasta hacerse «más alta que las hortalizas»
Reflexionemos:
El reino de Dios es una realidad pequeña e irrelevante humanamente. Entramos en él solo si tenemos un corazón humilde: es decir si confiamos en el poder de Dios y no en nuestras capacidades; si buscamos agradar a Dios y no al mundo. Solo así podrá irrumpir en nosotros la fuerza de Cristo que recargara el mundo del poder transformador de Dios.
Oremos:
Gracias Jesús por hacernos comprender que eres Tu quien nos haces germinar, crecer, madurar y ser fecundos; nosotros tus colaboradores acogemos y nos regocijamos con acción creadora.
Recordemos:
El Reino de Dios es iniciativa y don de Dios, pero requiere nuestra colaboración humilde y paciente.
Actuemos:
Seguro de que Dios realiza en mi vida el 99%, pondré con alegría y gratitud el 1% que me corresponde como su humilde colaborador.
Profundicemos:
El amor de Dios hará crecer y brotar cada semilla de bien que hay en este mundo, por ello a pesar de los subimientos y dramas que vivimos podemos seguir caminado a con esperanza y optimismo. Papa Francisco