“Soy manso y humilde de corazón”
(Mt 11, 25-30)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Jesús ora al Padre agradeciendo por los pequeños y humildes, descubre el corazón puro de las personas, conoce sus sufrimientos e invita a los que se siente cansados y agotados de tanto luchar, a venir a él, que solo él, puede aliviar sus cargas. “Tomad sobre vosotros mi yugo” (11,29a). El evangelio de Jesús revelado a los pequeños es el nuevo “yugo” que no oprime sino que libera. El evangelio está hecho no para aplastar sino para levantar. Curiosamente, al retener un término que ya empezaba a sonar peyorativo para la gente, el de “yugo”, Jesús exprime el mejor de sus sentidos: Jesús no sobrecarga sino que intercambia con nosotros su carga: Él toma nuestros fardos pesados de la vida sobre sus hombres y a cambio nos da su corazón “manso y humilde” (11,29b).
Reflexionemos: Jesús toma nuestras preocupaciones y dificultades. Pero también toma los mismos caminos que tenemos para acceder a Él y los hace posible con la fuerza de su Espíritu. Nos entrega luego la “carga” de la misión, del anuncio de la Buena Nueva del Reino, las tareas que provienen de la voluntad amorosa del Padre sobre el mundo, para que le ayudemos a concretarla en la historia que día a día construimos y amasar así la masa con la levadura del Reino.
Oremos: Gracias Jesús, porque tú llevas mis cargas pesadas, porque te compadeces del sufrimiento de la humanidad, porque comprendes nuestras heridas y nos ayudas a llevar nuestra cruz diaria. Amén.
Actuemos: Sacar un rato de oración y abrir nuestro corazón a Jesús, dialogar con él, compartirle nuestras heridas y depositar en sus manos nuestra vida.
Recordemos: Vengan a mí los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. En Jesús nuestra vida encuentra respuestas y el aligera nuestras cruces cotidianas. Su misericordia nos acoge y nos regala la paz.
Profundicemos: Una vez más Jesús nos invita a acogerlo con sencillez, esta vez con una bella novedad: Él nos acoge primero con todo lo que tenemos y nos sumerge en la dulzura de su corazón. Es así como viviremos siempre unidos a Él, teniéndolo como apoyo que da “reposo” a nuestro corazón inquieto y como modelo (“aprended de mí”) que inspira nuestra vida. P. Fidel Oñoro