“Dejándolo todo, lo siguieron”
(Lc 5, 1-11)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Lucas termina la narración de la pesca milagrosa con una escena conmovedora que tiene como protagonista a Simón Pedro. Simón se había dejado seducir por Jesús hasta el punto de que su palabra tiene para él más fuerza que su larga experiencia como pescador. Aun sabiendo bien que nadie se pone a pescar en pleno mediodía, cuando Jesús le dice: “Rema mar adentro”, Pedro confía, sin reservas en el Señor, y le dice: “Por tu palabra, echaré las redes”.
Y cuando constató la pesca sobreabundante, Simón Pedro “se echó a los pies de Jesús” y con una espontaneidad sorprendente le dijo: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador”. Así, reconoció ante todos su pecado y su absoluta indignidad para estar cerca de Él. Pero Jesús no se asustó por ello, al contrario, se alegró de que Pedro, sintiéndose pecador, podría comprender mejor su mensaje de perdón y misericordia porque Él vino a buscar no a los justos sino a los pecadores; por eso, le dijo con ternura: “No temas; desde ahora, serás pescador de hombres”.
Este hecho nos dice que nadie puede extrañarse de que entre los seguidores de Jesús haya pecadores. Todos en general, pastores y fieles, somos pecadores, necesitados de continua conversión; estamos con Jesús, pero aún no somos como Él. Lo seremos si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, que nos conformará con Él en la medida de nuestra docilidad.
Reflexionemos: La transparencia y humildad de Pedro, ¿me animan a reconocer mi pecado y esperar confiado la misericordia del Señor? ¿Estoy convencido de que seré más creíble y más amado por Dios y por los demás si reconozco con humildad mis pecados y vivo en conversión continua?
Oremos: Señor Jesús, gracias porque como médico divino, has venido a nosotros para buscar no a los sanos, sino a los enfermos; no a los justos, sino a los pecadores. Ayúdanos a reconocer con sinceridad nuestros pecados. Amén.
Actuemos: Todos los días al terminar mi jornada, haré un examen de conciencia para reconocer en qué le he fallado a Dios y a mis hermanos.
Recordemos: “Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse (…). Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: ‘Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador’”.
Profundicemos: “Simón Pedro, hombre de corazón sincero, discípulo creyente y pecador al mismo tiempo, reconoce, ante todos, su pecado y Jesús le confía su misma misión” (José Antonio Pagola).
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