“El Hijo del hombre sigue su camino, como está consignado acerca de Él en la Escritura. Pero, ¡ay de aquel que va a traicionarlo!”
(Mateo 26, 24)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Los bienes de la tierra son efímeros y en muchos casos desvían el corazón del hombre de lo que es el auténtico amor, y casi de manera disimulada lo conduce a la senda del error. Esto le sucedió a uno de los doce del grupo de Jesús. Judas no comprendió la propuesta del Evangelio y seducido por otros intereses permitió que le pusieran un precio a la vida de Jesús; por treinta monedas de plata decide entregarlo. Así llega el tiempo del cumplimiento del designio Divino en el que Jesús toma sobre sí todos nuestros sufrimientos e inicia el camino humillante de la cruz. “El Hijo del hombre sigue su camino, como está consignado acerca de Él en la Escritura. Pero, ¡ay de aquel que va a traicionar al Hijo del hombre! Más le valiera no haber nacido”.
Reflexionemos: El amor del Señor es sincero y es más grande que nuestras infidelidades, ahora me dejo iluminar por la Palabra y me pregunto: ¿Cuántas veces he obrado movido por mis propios intereses y traiciono la fidelidad a los proyectos que en comunidad o como pareja hemos soñado?
Oremos: Señor, concédeme aprender de tu corazón misericordioso, el amor incondicional que no juzga a los demás. Amén.
Recordemos: “Uno que ha comido conmigo del mismo plato, es el que me va a traicionar”.
Actuemos: Contemplando la cruz, decido caminar más cerca de Jesús sirviendo a los demás
Profundicemos: “El mal, en todas sus formas, no tiene la última palabra. El triunfo final es de Cristo, de la verdad y del amor”. (Benedicto XVI)