28 de diciembre

“Herodes mandó matar a todos los niños de Belén”

(Mt 2, 13-18)

 

El gozo del nacimiento de Jesús que hemos celebrado hace pocos días, hoy nos conmueve y despierta sentimientos de dolor e indignación, no es solo la admiración de valentía que nos une al martirio de los Santos Inocentes, sino el dolor y el derramamiento de sangre, y la forma como se hace presente hoy en los destinos de los pueblos; así lo hemos contemplado con estupor de las desgarradoras imágenes de guerra entre Israel y Palestina, donde el martirio de los neonatos no es de ayer, es de hoy. Así llevamos días y noches pasando por nuestra mente escenas desgarradoras de niños que mueren en bombardeos en la guerra entre Rusia y Ucrania. El texto del evangelista Mateo viene a nosotros hoy para ayudarnos a acoger un misterio de muerte y sombra, que no fue solo en el momento del nacimiento histórico de Jesús. La furia que despertó el martirio de los niños en aquella época ocurrió porque al rey, Herodes el Grande, lo habían visitado unos magos, quienes preguntaban por el “rey” que había nacido. Este supuesto rey recién nacido amenazaba su poder, por tanto, cultivaba en su corazón la crueldad de la muerte. José, el hombre justo, de nuevo vuelve a escuchar la voz que le había guiado y acompañado, y precisamente, la huida a Egipto fue el siguiente paso después del rechazo en Belén. No era fácil para José, hombre entrado en años y para María, mujer joven, sin condiciones para iniciar el camino de su maternidad, tener que vivir el exilio; la experiencia del exilio hoy también la viven esposos que reflejan en sus rostros la incertidumbre de sus corazones, rostros de niños que no tienen más certeza que la del camino. Lastimosamente el camino del exilio es ambiguo, es doloroso y se vive en la incertidumbre de la noche, fruto del egoísmo de tantos intereses y poderes humanos.

 

Reflexionemos: El texto del Evangelio afirma: “Herodes montó en cólera”. Revisemos en nuestra vida cómo se reflejan la cólera o la ira y qué acciones son consecuencia de ella.

 

Oremos: Padre bueno y Dios de la vida, que la gracia del Espíritu y la fuerza de sus dones sane todo resentimiento, que todo dolor que brota de mi corazón mezquino no amenace la vida de quienes están cerca de mí.

 

Actuemos: ¿Qué puedo hacer por la defensa de la vida desde donde vivo y estoy? Como Herodes ¿propicio la muerte sobre todo aceptando el aborto? O como José ¿corro el riesgo de defender la vida a todo precio y consecuencia?

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