27 de julio

“A ustedes se les han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no”

(Mt 13, 10-17)

 

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

En el texto los discípulos se acercan a preguntarle a Jesús ¿por qué habla en parábolas? Jesús dice a sus discípulos que no es por ellos que habla en parábolas, pues ellos ya han hecho un camino en la comprensión de los ‘secretos del reino’. “Dichosos en cambio los ojos de ustedes porque ven y sus oídos porque oyen” (16). Es una ratificación del camino de adhesión a Él que han venido haciendo.

“A ustedes se les ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos, pero a ellos no se les concede” (11). No podemos pensar que se trate de un privilegio ‘dado’ a algunos, los que si comprenden y ‘negado’ a otros, los que no. El comprender o no, es fruto de un camino de conversión, de acercamiento a Jesús, de apertura consiente a su palabra y requiere esfuerzo. No es un simple oír la Palabra y dejar que ésta resbale exteriormente sin que toque la vida, es necesario dejar que Jesús entre en el corazón para que dé fruto.

 

Reflexionemos: ¿Saco tiempo para orar la Palabra y permito que ella entre en mi corazón y de fruto?

 

Oremos: Señor de la vida, ven y coloca tus manos en mis ojos y en mis oídos para poder sentir que tu Palabra es vida y me transforma. Amén.

 

Actuemos: Sacar tiempo para orar en familia, invocando la presencia del Espíritu Santo, para poder comprender la Palabra de Dios.

 

Recordemos: Bienaventurados los ojos de ustedes porque ven y los oídos porque oyen. El Señor nos invita a sentir que él está presente y cada día golpea en nuestra puerta y de nosotros depende dejarlo entrar.

 

Profundicemos: Todos éstos querían ver y no vieron. Querían ver y se mantenían en su voluntad propia… La propia voluntad cubre los ojos interiores como una membrana o una película cubre el ojo exterior y no le deja ver…Mientras te mantienes en tu propia voluntad, estarás privado del gozo de ver por el ojo interior. Porque toda auténtica felicidad procede del verdadero abandono, del desapego de la propia voluntad. Esto nace del fondo de la humildad… Cuanto más pequeño y humilde uno es, tanto menos se está apegado a la voluntad. Juan Taulero

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