26 de julio

“El que escucha la Palabra y la entiende, ese da fruto”

(Mt 13, 18-23)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

Acojamos con alegría la explicación que Jesús nos da a la parábola del sembrador, para que aprendamos las actitudes correctas para escuchar y meditar su Palabra.

Cuando escuchamos la Palabra, pero no nos preocupamos por comprenderla, nos sucede como a la semilla que cae en el camino y es pisada por la gente, o se la comen los pájaros.

Cuando escuchamos la Palabra y la aceptamos con alegría, pero somos inconstantes y a la primera dificultad que tenemos para ponerla en práctica, la dejamos de lado por miedo a sufrir, nos pasa como a la semilla que cayó entre piedras.  

Cuando acogemos la Palabra, pero no confiamos en el poder que ella nos da para afrontar la vida, acabará siendo sofocada por las preocupaciones y seducciones de este mundo, como la semilla que cayó entre abrojos. 

Pero, cuando la acogemos con alegría, la comprendemos, la recordamos en los momentos de dificultad y confiamos en el poder que tiene para cambiar nuestro corazón. Entonces sí podemos constatar el poder transformador de la Palabra de Dios, experimentar el gozo de sentirnos conformados con el modo de amar y de vivir de Jesús, gracias a ella.

 

Preguntémonos: ¿Qué valor doy a la Palabra de Dios?, ¿la amo, la escucho con atención y corazón abierto? ¿Trato de comprenderla e inspiro en ellas mis decisiones cotidianas?    

   

Oremos: Señor Jesús, Palabra viviente del Padre, quiero ser un terreno bien dispuesto para acoger tu Palabra y hacer de ella la norma de mi vida; dame tu luz para comprenderla, tu fuerza para vivirla y la alegría de sentir su eficacia en mi vida. Amén.

 

Actuemos: Medito con amor el Evangelio de cada día como fuente inspiradora de mis decisiones, acciones y modo de reaccionar ante las varias circunstancias de mi jornada.

  

Recordemos: “Pero el grano que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta”.

 

Profundicemos: “La energía transformadora del evangelio está ahí, trabajando a la humanidad. La sed de justicia y de amor seguirá creciendo. La siembra de Jesús no terminará en fracaso. Lo que se nos pide es acoger la semilla. ¿No descubrimos en nosotros mismos esa fuerza que no proviene de nosotros y que nos invita sin cesar a crecer, a ser más humanos, a transformar nuestra vida, a tejer relaciones nuevas entre las personas, a vivir con más transparencia, a abrirnos con más verdad a Dios?” (José Antonio Pagola).

 

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