“Este discípulo es el que escribió estas cosas, y su testimonio es verdadero” (Jn 21, 24)
En la proximidad de la fiesta de Pentecostés, la liturgia nos presenta la figura del discípulo amado, quien siempre fue cercano a su maestro acompañándolo en los momentos más decisivos de su vida como en la Última Cena y al pie de la cruz. Junto a él aparece Pedro, quién interesado por el destino del discípulo amado, pregunta a Jesús por su futuro: “Señor, ¿y con él qué va a pasar?”. Jesús lo reprende y lo invita a no preocuparse por ello, sino a seguirlo. Esta actitud de Jesús hacia Pedro nos recuerda la importancia de seguir nuestro camino sin fijarnos en lo que hacen los demás, ya que nuestra centralidad debe ser el seguimiento: “¡Tú sígueme!”. Solo así, lograremos vivir nuestro discipulado con mayor autenticidad. La figura del discípulo amado nos invita también a poner todo de nuestra parte para vivir una experiencia encuentro personal con Jesús que nos lleve a cultivar una mayor intimidad con él.
Reflexionemos:
¿Vivimos pendientes de aquello que hacen o sucede con los demás?, ¿cómo podemos centrar más nuestros intereses en el seguimiento?
Oremos:
Ayúdanos, Señor, a encontrarnos de manera más consciente y profunda contigo. A centrar nuestro corazón y nuestra mirada en tu Palabra y no tanto en aquello que hacen o no, los demás. A seguirte con un corazón libre y deseoso, por darse a ti y a los demás a cada momento. Amén.
Recordemos:
Testimoniamos verdaderamente a Jesús desde el encuentro cotidiano que vivimos con él.
Actuemos:
Pidamos perdón, al Señor en este día, por las veces que centramos más nuestra atención en aquello que hacen o dejan de hacer los demás, que en su Palabra y su seguimiento.
Profundicemos:
El discípulo amado es uno de los grandes protagonistas del evangelio de san Juan. Conocer más sobre el evangelio y la comunidad que le dio origen, nos ayudará a descubrir la importancia del seguimiento en la Iglesia primitiva (Libro: Una lectura contemplativa del Evangelio de San Juan)