Tocamos y no bailan, cantamos lamentaciones y no lloran
(Lc 7, 31-35)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Nuestra vida está llena de contradicciones e inconformismos que además, en algunas ocasiones se ve reflejada en nuestra vida de fe, cuando ponemos resistencias para acoger el proyecto de salvación que el Señor nos ofrece, cuando no percibimos las constantes manifestaciones de su amor que nos regala a través de personas o acontecimientos y nos encerramos en juicios y preconceptos que nos amargan la vida: “¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Son como niños sentados en las plazas: “Tocamos la flauta y no bailan, cantamos lamentaciones y no lloran”. Constantemente, en el día a día el Señor se nos está manifestando, está viniendo a nuestra vida, está presente en esas realidades duras, dolorosas, de pobreza y marginación que encontramos a nuestros alrededor, como también en esos ambientes de solidaridad, cambio, progreso, emprendimiento y ayuda mutua. Sólo tenemos que abrir el corazón, tener una mirada atenta, afinar nuestros oídos para escuchar su voz.
Reflexionemos: Como creyentes confiamos en el Señor, con frecuencia disponemos algo de nuestro tiempo para encontrarnos con Él en la oración ¿pero soy de los que dejan a Dios ser Dios, o quiero que Él actúe según mi posición?
Oremos: Espíritu Santo abre mi corazón para reconocer el inmenso amor que Dios me tiene y concédeme libertad para amar a los demás. Amén.
Actuemos: Hoy me empeñaré en vivir la jornada desde mis profundas convicciones y no movido como veleta por las opiniones externas.
Recordemos: “Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijeron que tenía un demonio; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Miren qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores”
Profundicemos: La vida del creyente debe estar marcada por un corazón humilde, que en las buenas y en las malas, permanece unido a Cristo, sabiendo que todo contribuye al plan salvador de Dios.
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